13 de julio de 2009

Somos Zapping 5/07/2009

Sostenible. Bajo el sol como una tortilla, veo a las familias chancleteras de suegra y sandía y me pregunto si van a la playa “sosteniblemente” o, por el contrario, a construir allí una refinería. Esa inquietud, claro, me la ha dejado Tecnópolis, ese programa que más que sostenible es sostenuto, o sea, mantenido en pulsación, energía, carácter y tempo en esa tocata que le hace al poder y a su propaganda. Si ya nos sorprendieron hace poco con la innovación de plantar tomates sosteniblemente, ahora también resulta que hay una manera igualmente sostenible de ser domingueros y, supongo, pronto nos enseñarán cómo también puede ser sostenible el cagar. En el reportajillo sólo querían decirnos que no fuéramos guarros en la playa, pero ser limpios es un término facha. Lo suyo es ser sostenibles con las colillas, las latas y las cáscaras, cosa que antes era sólo civismo y ahora nos convierte en héroes profilácticos y rescatadores de la biosfera bajo la inspiración de nuestros gobernantes margaritos. Un amigo que trabaja en esas asesorías de todo me contó una vez que muchas veces su trabajo consiste sólo en inventar un palabro o un retruécano que disimule lo feo o enmarque lo vacío. “Segunda modernización”, “normalización lingüística”, “pacto por la Justicia” o “impulso democrático”, son buenos ejemplos, igual que el “desarrollo sostenible” y todas las escobillas que arrastra. Para la ONU, significa “satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades”. Loable y enorme intención aprovechada por los políticos de aquí para guapearse, de manera que hacer todo “sostenible”, ya sea una tomatera, un sombrajo, un botijo, una berza o las palas y cubitos playeros, los verdea de conciencia ecológica aunque nada en el planeta se pudra o se salve con eso. Tecnópolis, que recoge todas esas ñoñas barreduras para gloria de sus dueños políticos, “sostenibiliza” lo obvio o lo directamente idiota. La cara dura sostenible es su mayor enseñanza.


Innovación de la semana. Seamos justos: de vez en cuando, Tecnópolis acierta en el vértigo de nuestra modernidad y en el brillo iridiado de nuestra tecnología. Quedé ionizado de asombro, sí, con la última aportación de Andalucía a la innovación que nos enseñaba el programa con justificado orgullo: los parques de atracciones con sus tiovivos, pasajes del terror y trenes de los escobazos... Sin poder recuperarme del impacto, aún siguieron con más: el zoo de Jerez con su sol de lagartos y monos en pompa, o ese poblado del oeste en Almería entre Hollywood y Bud Spencer. Tremendo salto hacia el futuro hiperespacial que en Andalucía ya vemos que es presente.


Premios. A Tecnópolis le dan pocos premios para los que se merece realmente. Ahora ha sido la Academia de Televisión la que le ha dado uno (esa academia en la que hace de Pantocrátor otro arrimado y otro inventor de grandilocuencias y modernizaciones gazpacheras, Manuel Campo Vidal). La sintonía del programa con las estrategias de estupidización, amuermamiento y empastillamiento de la sociedad que planean los políticos; su vocación de eco, su seguidismo y adoración hacia sus amos, lo hacen merecedor de todos los premios en los que el poder tenga mano y migajas. Ver en el atril a Pablo Carrasco, auténtico ministro de propaganda andaluz, y a Roberto Sánchez Benítez, el único click de Playmobil que presenta sus cositas de plástico con aires de astronauta, lo decía todo. Enhorabuena y gracias por abrirnos los ojos, Tecnópolis.

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