De tapas. Lo anunciaban como “el descubrimiento de una cultura única”, igual que si nos fueran a presentar la aldea de Astérix. Cuando Canal Sur habla de cultura, ya sabemos que hay que echarse a temblar. Yo siempre insisto en que cultura es todo lo que hace el ser humano (el canibalismo también es cultura, por ejemplo), y que lo que hay que mirar es la altura de la manifestación cultural, que puede llegar a arte, que puede hacer civilización, o quedarse en pintoresquismo o incluso salvajismo. Pues después de esa presentación con ínfulas achelenses, resulta que la cultura a la que se refería el programa eran... ¡las tapas! Sí,
De tapas se llama la nueva osadía cultural de Canal Sur, que parece una involución del programa de Roberto Sánchez Benítez,
Aquí estamos, donde el plazoletismo, los tópicos y la autosatisfacción de los pueblos se ha achicado aún más hasta caber en un perol. Se trata de lucir el contento y el amor de los vecinos por las glorias de sus chocos o cebollinos autóctonos, más las varias hermosuras de la reportera, todo en ese tono de regocijo cervecero cuyo objetivo es siempre el mismo: convencernos de lo felices que somos aquí sin más que nuestro sol y nuestras garbanzadas. De tapeo, pues, con cantantes flamenquitos, futbolistas del lugar, “trovadores andaluces” y otros frikis o personajes esquineros de barra, la cosa se iba macerando en ese aceitoso potaje idiosincrásico que pretende hacer paraíso de esta tierra tan golpeada; ese sur complacido según el espíritu flojón que tan bien nos retrata El Arrebato, al que le basta que le den “cervecita y caracoles”, y que tanto conviene ya sabemos a quiénes. La cultura del sopón es poca cultura, pero cuando no hay otra cosa y hacer patria de los tortillones contenta y enfervoriza al pueblo, para qué necesitan más.
Sinfonía ecuestre. Si aquí la cultura puede ser un guiso de habas, no digamos si a alguien le da por poner zahones a los violines o cascabeles a los pianos. Entonces ya les parece la releche. Veo en televisión el anuncio de una de estas cosas agromusicales y castizohorteras que hace Manolo Carrasco, un concierto para establo y orquesta, una sinfonía de boñigas o algo así que él llama “Sinfonía ecuestre”. No sé si el engendro hiede más musical o freudianamente. Esa fijación por el caballo, obvio símbolo fálico, daría para mucho análisis en Andalucía. Recuerdo la brillante explicación que de ello ofrecía el histórico documental “Rocío”, de Fernando Ruiz Vergara, auténtica joya. Pero bueno, que se psicoanalice ya cada uno si quiere. Lo que me interesa es que la ridiculez hipogrífica que perpetra Manolo Carrasco es otra muestra más de la cultura devaluada y catetizada que se las da de mayúscula y, además, racial. ¿Sinfonía ecuestre? Como decía Leonard Bernstein, lo que hace que la música sea sinfónica es el desarrollo, pero lo de Carrasco no deja de estar, musical y visualmente, a la altura de un tiovivo de feria. Este hombre no tiene remedio: carece de gusto y eso no cambiaría ni obligándole a escuchar todas las sinfonías de Mahler y Sibelius seguidas. No quitará los mordentes como no se quitará las casacas con puñetas, seguirá sonando a charanga y peinando a su pequeño pony. Seguirá siendo ridículo con cuadra o con filarmónica.
Resistencia. No sé si fue un gazapo o el sabotaje de un trabajador de los informativos de Canal Sur, rebelde y harto. El caso es que en una noticia sobre protestas en Venezuela, rotularon “resistencia contra Chaves” (sic). Quizá aún quedan héroes e insurrectos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario