
Túnez o Egipto o Yemen, y quién sabe cuántos países más. Países de órbita árabe o musulmana, dicen, categorías que no sé si se podrán considerar científicas o sólo son cajoneras de embajada. En todo caso, seres humanos tomando en sus manos su ser, su destino, su libertad, su naturaleza, cuando su mundo se ha vuelto propicio para ello, cuando la Historia ha traído su marea. Quizá estén haciendo ahora su Revolución Francesa, quizá aún les quede pasar por su particular versión de la guillotina o los totalitarismos demagógicos gobernados por un Volksgeist o por un dios gritón o por simples carretas de pan (como aún ocurre en Latinoamérica). Yo no sé si esto acabará en teocracia, en democracia sin Estado de Derecho (lo uno no tiene por qué conllevar lo otro), en sharia, en caos o en esperanza. Pero vemos que todavía el mundo puede ponerse cabeza abajo empezando con una sola llama en una calle. La autosatisfecha civilización occidental tampoco llegó a la democracia moderna suavemente. Hubo horrores, sufrimiento, tiranos y muchos caballos y hombre destripados. Los fascismos y los comunismos estuvieron a punto de triunfar en su locura. Y ni siquiera nuestro sistema actual deja de tener fallos e injusticias. Pero no vamos a colocar ahora aquí otro fin de la Historia. La madurez o inmadurez de estos pueblos y la grandeza o miseria de sus líderes determinarán su destino. Yo no voy a hacer apuestas.
Quizá lo único que podemos concluir es que el ser humano se busca en todo cambio, y que ni la costumbre ni la fuerza ni los dioses pueden nada cuando siente que algo le falta para ser completo, libre y dueño de sí mismo. Aún son posibles las revoluciones. Si tan sólo nos diéramos cuenta de eso, aquí mismo, en Andalucía... Contra la opresión, el abuso, la estupidez, la arbitrariedad, la pobreza, la manipulación, los amos, la Verdad institucionalizada, la mentira sistemática, la eternidad inmutable, todavía merece la pena alzar los brazos, ocupar las plazas, gritar y rebelarnos. En Egipto o aquí, creo que es nuestro deber. Un deber que nos dicta nuestra propia naturaleza.
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