31 de agosto de 2012

Reptiliario: ¿Qué hay que hacer para robar? (29/08/2012)



Nada. En estos días estamos aprendiendo que para ser consejero de la Junta hace falta más o menos lo mismo que para presentar Tecnópolis: apenas manotear y apreciar modernidad en los jaramagos. Los consejeros no saben, ni hacen, ni pueden remediar nada. Y ni les roza la culpa. Sobre todo los de Innovación, que son como mimos contratados por la Junta. De casi todo se encargan asesores o técnicos, los que ordenan pagos son los directores generales, y algo tan importante como los expedientes de las ayudas, o los pagos de éstas, son asuntos que unos subalternos hacen por su cuenta, sin que el consejero les dé indicaciones ni, por supuesto, se mencione siquiera el tema en el Consejo de Gobierno. El consejero está ahí para llamar al chófer y ver pasar los millones por las cuentas de la Consejería como un jubilado que mira las palomas, sin preguntarse qué vientos las llevan. El “no podía hacer nada” de Vallejo, el “me entré hace seis meses” de Marín Soler, la ignorancia de los informes de la Intervención por parte de Antonio Ávila… Y a la vez, sin embargo, el descaro y la contradicción de hablar de un procedimiento del que, según Recio, “tenía conocimiento todo el mundo”. Pues no, ni conocimiento ni responsabilidad. Los consejeros sólo eran botones del edificio, vestidos de domador o cartero.

Herramientas. Antonio Ávila empezó con una especie de historia de la economía andaluza como desde los fenicios, para luego plantear las modernidades que ellos trajeron, los páramos de la crisis y las boqueadas de las criaturitas. Todo parecía indicar que se iba a repetir como sus colegas: hay reglas pero “se las saltan”, todo era “legal”, IDEA “sólo pagaba”… Pero nos aclaró uno de los mayores misterios de todo este embrollo. Gracias a él, ya sabemos por qué las ayudas a empresas se daban a voleo: no había “herramientas de evaluación de impacto”. Debía de ser por el Windows de entonces, que era muy malo. Haciendo las cosas con boli Bic, igual te salía que podía necesitar ayuda pública Santana Motor que el churrero de El Pedroso.

Kafka. Los funcionarios de cierto nivel son siempre kafkianos. Tienen que serlo. La administración forma una especie de arquitectura dadá en la que sólo se puede entrar extirpándose la razón convencional. Si basta tener a un colega opositando a maestro para ver que flotan en otro mundo, imaginen a un Interventor General. Manuel Gómez creo que agradó a todos porque quiso ser tan técnicamente escrupuloso que quedó conceptualmente desleído. O sea, que cada cual pudo entender lo que le convino. Habló de un marco “legal” pero un uso “inadecuado” de las transferencias; de vulneración de leyes que en realidad sólo eran “deficiencias debidas a errores e incumplimientos”, y al final sentenció que “la intervención no ha detectado ningún supuesto fraude o menoscabo de fondos públicos en la gestión del programa 31-L”. Ahora, para entenderlo, busquen ustedes el diccionario que usa él. Eso sí, desde luego no es el diccionario de la jueza Alaya. La verdad, con tanto matiz semántico, uno se pregunta qué hay que hacer allí para que lo llamen robar. Claro que, tras su declaración, al menos ya sabemos por qué pagaba IFA-IDEA: para eludir el control fiscalizador previo de la Intervención, a la que la ley obliga para una consejería, pero no para ese tipo de sociedades instrumentales. Para entendernos: si quieres dar dinero público a un amigote y lo sacas de Empleo, además de ser un robo hay un señor que te pide explicaciones. Si lo haces con una transferencia a IDEA, no hay problema, las explicaciones te las piden después muy tarde o no te las piden, y si te pillan, sólo se trata de un “uso inadecuado” en un “marco legal”. Pero esto es razón convencional y Kafka se aburriría.

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