20 de agosto de 2012

Somos Zapping: Bollywood jornalero (20/08/2012)



Miseria real y simbólica. Sánchez Gordillo y sus vendimiadores vengadores siguen yendo de los bancos a las televisiones y entre medias intentan plantar un huerto en El Corte Inglés. Salen en la tele más que los del tarot, que tampoco son tan diferentes: barbas que les presta la Babilonia del porvenir, ropa de pijama de los mesías, soluciones con un chasquido y un soplido, y grandes coreografías para estafar a los desesperados. Mientras Sánchez Gordillo hace su Bollywood jornalero, yo empiezo a pensar que me está pasando con él como con Carmen Lomana. Al principio uno ve un filón, un símbolo que da para sátiras y enseñanzas, hasta que me doy cuenta de que en realidad es un personaje llamativo pero de recorrido pequeño, como un pez globo en un bidé. Carmen Lomana está constreñida a su mandíbula y a su calzado de porcelana y ya no da para más, sólo para ser ella. Sánchez Gordillo se reduce a una especie de microeconomía del mendrugo y a unas revoluciones de pocijón que no llevan a ningún sitio, pero le sirven para ser él. Gordillo no sé si cree de verdad que todo se puede solucionar asaltando supermercados, subiéndose al árbol de un marqués, cagándose en El Corte Inglés, dando un azadón a cada uno (con él repartiendo, claro), o imponiendo, en estos tiempos, la ortodoxia comunista a patatazos. Pero creo que no importa. Simplemente, él no puede dejar de hacerlo como Lomana no puede dejar de poner morritos o llevar en el cuello un collarín mental. Ya no ve uno en estos guerreros del agropop una revolución, ni un imposible sovietismo de acequia, sino sólo tics: llegan hasta el tendero, del que hacen un Rockefeller, o hasta el cajero automático, del que hacen una bestia filistea, y luego salen en las televisiones, entre la basurilla y el aplausómetro, para sentir que van conquistando un mundo que sólo los mira como espantajos. Y a pesar de todo, creo que nos han enseñado algo. No que haya hambre, que ya lo sabíamos y ya dolía sin tirarle a la cabeza a nadie paquetes de arroz. Ellos, que tanto han hablado de simbolismo, nos han enseñado que aquí en Andalucía sólo tenemos para elegir entre la miseria simbólica y la real, y parece que una se limita a soñar la otra.


El idioma de la pringue. Por ahí el acento andaluz les debe de parecer como un aliento a amoniaco, como el idioma que hablan entre sí las palanganas y la pringue, las fregonas y las pelusas. De nuevo han vuelto las andaluzas con acento acampanado en el cuarto de baño para anunciarnos más que detergentes o quitagrasas: la vocación de usarlos y la hermandad histórica de nuestras manos y la emulsión de las grasas. El anuncio incluye una cenicienta (la mujer andaluza, exageradamente andaluza) y un hada madrina más hiperbórea (Belinda Washington); incluye un pesar de clase o raza, una especie de mugre secular incrustada en el alma, y una varita mágica (Cillit Bang); incluye el descenso de los ángeles limpios y rubios al país de la suciedad y la impotencia, y la redención de sus habitantes una vez que han usado la pócima. Si empezamos a ponerles acentos a los segmentos de mercado, espero ver pronto a qué productos se les dedica el acento gallego o albaceteño o catalán o madrileño. A ver si para los demás reservan algo más bonito o menos arrastrado que la vocación o la especialización en quitar pringue rascándola y sometiéndola en su propio idioma.


Adiós a una musa. Me dio pena cuando vi que ya no estaba Roberto Sánchez Benítez. Había sido mi musa, con él me salían las metáforas como si se me hubiera volcado en la cabeza el carrito de las chuches que él lleva. Súper Ratón sostenible, Ronald McDonald de las modernidades, holograma de peluche, robot de azúcar… Lo echaré de menos. Me vi perdido, huérfano, cuando entre las innovaciones, la calidad de vida y las sostenibilidades andaluzas, él no aparecía. Bellos montes y paisajes, gente que lleva el ganado, la astronáutica de los productos lácteos… Ah, no, espera… Que esto no es Tecnópolis. Es Campechanos, ese programa sobre camperos amanecidos. Es que son casi indistinguibles. En fin, vuelvo a recuperar a mi musa. Qué susto.

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