31 de agosto de 2012

Somos Zapping: ¿Ordenó usted el código rojo? (27/08/2012)



Algunos hombres buenos. La comisión empezó con monólogos shakesperianos o del Tenorio, que así sonaban las preguntas sin respuesta. Pero tras los comisionados con calavera y los declarantes como estatuas del comendador, aparecieron los pájaros cantores. José Antonio Viera y Antonio Fernández, con caras de pollo asado, queriendo litigar y defender la honra (hasta alegatos por la Democracia y la limpieza de la política se escucharon con fondo de violín), terminaron sin embargo haciéndose el nudo. Por cierto, tengo que reclamar la paternidad de la comparación con el final de la película Algunos hombres buenos, que mencioné en Twitter cuando Fernández, airado como aquel coronel de cojón que hacía Jack Nicholson, espetó: “¿Quién ha dicho que el poder no es discrecional?”. Seguí las dos comparecencias del viernes, la de Viera por Internet y la de Fernández por Canal Sur 2, y me parecieron dos orgullosas confesiones que, eso sí, quisieron justificarse con necesidades y guerras que ellos consideran por encima de la norma. O sea, igual que en la película. “¿Ordenó usted el código rojo?”, podrían haber preguntado Rafael Carmona o Alba Doblas. “Por supuesto que lo hice, joder”, podrían haber contestado Viera o Fernández (en el fondo lo hicieron), primero con la misma jactancia, y después la misma estupefacción que Nicholson, al comprobar que sus actos no eran considerados heroicos y patrióticos, sino ilegales y punibles. Sí, porque Viera tuvo que admitir que no había ninguna norma para la concesión de las ayudas. Y Fernández añadió que ni norma ni registro, y que además todo respondía a una “política de Estado” impulsada por el Gobierno andaluz. O sea, que ellos soltaban el dinero público que les daba la gana a quienes les daba la gana y como les daba la gana. Y esto les parecía normal a todos. Parte de la discrecionalidad del poder. Y respaldado por el presupuesto, que tiene rango de ley, insistían. Si el argumento es que aprobar el concepto de una partida presupuestaria significa que pueden hacer con ese dinero su santísima voluntad, repartirlo a capricho según consideraciones subjetivas y particulares, sin requisitos claros y medibles y comprobables, sin publicidad ni equidad, sin registro ni norma alguna; si creen eso, entonces van a chupar poca trena… Porque eso no es la discrecionalidad de cuando no hay norma, sino arbitrariedad despreciando las normas. A la vez que intentaban responsabilizar a los parlamentarios (¡por aprobar los presupuestos y no fiscalizarlos!), apuntaban al director general, soldado en esto. Como llegaron a decirle a Fernández, han manejado el dinero público como si fuera su dinero particular. Y, llegue a “criaturitas”, a empresas que lo necesitan o a churrerías o tinglados de amiguetes, eso no puede ser. Aunque ellos se crean en mitad de una guerra, vigilando los muros del poder y del hambre.


Su línea. RTVA ha emitido alguna comparecencia de la comisión, pero hay que decir que al principio parecía que no tenía muchas ganas de sacar el tema en los informativos. Un día tuve que tragarme veinte minutos de noticias sobre la calor o grifos atascados, hasta que llegó. Y entonces, se centraron más en la incomodidad de las preguntas, como si fuera el aire acondicionado, que en la enormidad y gravedad del caso. O destacaron la descacharrante indignación de Antonia Moro, intentando ‘pescar’ en la faja pirítica de Huelva al preguntar si Zoido y Arenas “tienen algo que ocultar”, con la que tiene el PSOE liada con los suyos. En fin. En su línea.


Goyesco. No sale mucho, pero cuando lo hace, me sigue pareciendo el magnífico cuadro goyesco que retrata nuestra época con sólo una cabeza y una sombra. Y más ahora. Hablo de Leonardo Chaves, que anda de director en el Cajasol de baloncesto por méritos innegables. Lo que él significa aún sigue llenando la pantalla y nuestro horizonte.


Trash. ¿Sánchez  Gordillo? ¿Ruíz Mateos? He decidido que ya son inconos trash, que dicen los modernitos. Como Ana Obregón o Alaska. Más material de Crónicas Marcianas que otra cosa. O sea, que paso. Se me fundió el frikómetro.

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