
Campanadas de corrupción. Es el leitmotiv nacional, la inspiración de todos los chistosos, nuestra mayor vergüenza en un cabaret. La corrupción, claro. Para sus gracias de calcetín, Los Morancos eligieron un supuesto Hotel Malaya y, aparte de la mediocridad del intento, sí había en esa Omaíta con maleta playera algo así como el viaje de todo un país desde la inocencia hasta una cárcel con guardia de tebeo que nos resume. En Nochevieja, también Cruz y Raya montaron un musical con la corrupción, en el que las bolsas de basura con dinero pasaban de un sketch a otro con gesto de rugby. Hacían gimnasia y villancicos con las recalificaciones y todos los concejales de las parodias se parecían a alguno de nuestro pueblo. Esa ponchera que es Nochevieja en televisión suele siempre recoger muy gráficamente la sustancia del año y uno recuerda esas fiestas, ahora desenlatadas por Hermida, en las que se cantaba al IVA, en las que el escándalo era la teta embuchada de Sabrina y para reír había que recurrir al tema de una empanadilla. Todo eso parece ahora melancolía, ingenuidad y trapo como los muñecos de Mari Carmen. En estos tiempos, es el trinque urbanístico al ibérico modo lo que nos da las campanadas y pone título no sólo a los especiales del año, sino a toda España. Hará época y se recordará para siempre, como aquel chocho con alitas de Ciciolina.
El vals fino. El concierto de Año Nuevo, otra vez, sacó de sus lagos a los cisnes más empalagosos y de sus coches a las señoras con más collares. El único Strauss que me gusta es Richard y esta otra familia de valses, polcas y loza me lleva con grima hacia los rizos de Sissi. Prefiero el Vals triste de Sibelius y otros que andan por ahí embozados, como en la Sinfonía Fantástica de Berlioz o en la Octava de Dvorak, al pony musical del Danubio azul. Y esto, a pesar de que me lo traiga Zubin Mehta, aunque mi favorito es Harnoncourt. Pero, ay, el vals vienés, esa fantasía de campesinos... Por eso hasta en La buena gente han puesto a parejas de jubilados a bailarlos, sonando, eso sí, a teclado de los de cabra y trompeta. En Canal Sur no saben el término medio entre lo hortera y lo decadente. Antonia Moreno lo expresó muy bien: “Yo siempre he visto el vals como algo tan lejano a mí, tan fino...”. Pues eso, a seguir queriendo ser finos, que vais bien.
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