8 de octubre de 2007

Los días persiguiéndose: El cromosoma Chaves (08/10/2007)

Con su ciencia humanista y sus estrellas como cataratas redondas, como gajos o como émbolos, Carl Sagan fue el padre de todos mis vértigos cosmológicos y bioquímicos. Recuerdo que en aquel libro, Cosmos, con el Universo en un acuario, describía el núcleo celular como una “explosión de espaguetis”, y que los gráficos en los que el ADN parecía una escultura hecha con estanterías y las mitocondrias buques entre sargazos me impresionaron de chiquillo más que todo lo que leí luego en el Lehninger, tocho donde la biología molecular había deletreado su recetario. Con aquellos nucleótidos de Carl Sagan que tenían sabor a caramelo y con su narración de la leyenda de los cangrejos Heike, a los que la selección artificial terminó dando cara de samurai, entendí por primera vez la fuerza de la evolución, tan poderosa que podía darnos toda la variedad de la vida, aunque algunos le sigan otorgando el mérito a un viejo relojero, ciego según Richard Dawkins. No tengo duda de que el ser humano llegará a controlar su evolución biológica y que será la oportunidad o el arma más fabulosa y peligrosa que hayamos tenido nunca. Ni Prometeo, ni Frankenstein, ni los cabreos de ese relojero ciego o de su guardia pretoriana lo evitarán. Sólo espero que tengamos cabeza para manejar ese poder. De momento, Craig Venter ha creado el primer cromosoma artificial y con esas tenacillas empezará la revolución. Los pescadores japoneses “crearon” a los cangrejos Heike en apenas siglos, sin más que devolver al agua aquéllos que les parecía que tenían rasgos levemente humanos en el caparazón. Tenemos vacas lecheras y ovejas con abrigo gracias a un mecanismo similar. Ahora que la ciencia llega con sus sutilísimas cánulas a la fontanería más íntima de la célula y podemos empezar a vislumbrar el diseño a capricho de la vida, todo eso parece ya sólo una cosa achelense.

El motor de la evolución es la mutación, el cambio, y luego la selección que hace la naturaleza de esos cambios. Cambio y muerte, así se construye la música de la vida. El ser humano ha llegado a alterar su entorno a escala planetaria y ahora empieza a alterar la biología a escala molecular. El hombre, para bien o para mal, está ya dirigiendo con su voluntad ese cambio que mueve a la evolución. Es en política donde parece que no tenemos aún a esos doctores con ojos tan finos y lo que manda no es el cambio, sino el estatismo. O la inercia, que es otra ley de la naturaleza, en realidad la primera ley que hizo posible la ciencia, gracias a Galileo. Claro que a Pizarro le parece que no: “Chaves encarna el cambio permanente”, ha dicho, un poco presocráticamente. Podríamos recordar lo de Heráclito (ya saben: “todo fluye” y “no nos podemos bañar dos veces en el mismo río”), pero son dos frases que le encasquetó Platón y que además deforman muy bastamente su discurso verdadero. Pero yo a Chaves lo veo más parmenidiano, porque se monta en un carro para al final contarnos que el “ser” se opone al cambio y a la multiplicidad. Es el Chaves parmenidiano el que nos encontramos de nuevo candidato y el que no cesa en las tautologías. Pero Parménides resulta ahora tan antiguo como el peinado de sus musas, demasiado para que esté todavía definiendo la política de aquella forma redonda. Tan antiguo como ese Heráclito mal citado, porque en el río de Chaves, que se supone que nunca es el mismo según Pizarro, estamos hartos de bañarnos y de comprobar que suena y moja igual y nos sigue dejando con sed. Ya la ciencia ha ocupado todo el sitio de la filosofía, excepto la ética, y uno lo que desearía es que algún cromosoma inyectado en Andalucía hiciera bullir este aguado citoplasma. El cromosoma Chaves, que sólo se reproduce a sí mismo y no codifica más proteínas que la propaganda, debería ser desechado por la evolución o por la voluntad humana guiada por la inteligencia. Esperamos aún la puntería de unos doctores que den el jeringazo.

1 comentario:

Ángel Ceballos Ortiz dijo...

Me descubro ante tu artículo, querido Luis M.

Sabes, la ley de la inercia, adoptada por Newton como primera ley de la dinámica en su obra Principa, puede enunciarse como la imposibilidad de que cambiar el movimiento o reposo de un cuerpo a no ser que alguna fuerza actúe sobre él.

Creo que sobre Chaves inciden varias fuerzas que intentan desviarle de su trayectoria o, al menos, disminuir su velocidad de crucero. Pero esas fuerzas se contrarrestan las unas a las otras como vectores que son, de manera que terminan por cancelarse entre sí. Y me temo que lo hacen más por desmérito de sus adversarios que por el acierto de D. Manuel, que sigue así con su movimiento rectilineo y uniforme.

Un abrazo.