No hay que menospreciar la pedagogía del símbolo, ni su fuerza, y un himno y una bandera son símbolos con tanto poder que han enfrentado a marinas y hasta a hermanos. Lo que no parece ni útil ni inteligente es que los símbolos hagan política y ciudadanía por nosotros, esperar que una rima o un estandarte aglutinen, conviertan, castellanicen o monarquicen a unos u otros por mediación del viento, el contrapunto o la magia, como si fuera aquella cruz que dicen que se le apareció a Constantino. Un símbolo también puede ser hueco y si no lo sostiene nada acaba en un paraguas de atrezzo. Este empeño de los políticos por centrarse en la ceremonia contrasta con las pocas ganas de dar auténtico sustento a esos símbolos. Yo no creo en patrias por muchos rizos que le pongan a las banderas ni por muchos soldados o damiselas que canten con fanfarrias o virginales. En lo que sí creo es en la idea de ciudadanía, que es una idea contractual (¿hay que volver a hablar del Estado como Contrato Social?). Los políticos atusan sus símbolos pero no los orientan a que signifiquen este compromiso cívico, sino que los hacen trapos sentimentales, escudos heroicos, pendones de guerra, retratos de una ideología, sellos de una identidad. Y éste es un pecado de los nacionalismos centrífugos, cada vez más fanatizados por el interés de la casta dirigente, pero también de cierto patriotismo español malcarado e ideologizante. Formen ciudadanos, no comulgantes ni forofos ni legionarios ni gudaris, y verán cómo el símbolo de esa ciudadanía no necesita imponerse con policía ni con banda de música. Poco dispuestos se ven los políticos a esto, sin embargo.
Quedémonos pues con un himno dos tonos más bajo, que lo mismo así resonará mejor con el alma andaluza, que es un arpa de cristal. Pero Andalucía pena y siente por otras cosas, y no tanto por la afinación de sus bandurrias. Aquí también renuncian cada vez más a la política por los epinicios. Quieren transportar el himno, que así se dice, alterar la tonalidad de esa partitura para hacer creer que nos modula el alma. Pero lo he probado y el himno más bajo sigue sonando a que falta pan y sobran melancolías.
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