País de cafres. Rojos y curazos, sociatas y fachillas, repipiprogres y pijitontos, invitados a chocar sus duras y españolísimas testuces. No es culpa de
Mejor lo hablamos, ni de otros debates con las mismas zanjas. Todo eso forma parte de la penosa e interesada simplificación que ha adoptado la política como táctica. Es la primera regla de Goebbels de la propaganda: la de la simplificación y el enemigo único. Y a ello se apuntan los medios con sus cuadrillas de voceros, limpiabotas y mamporreros. Aquí no se libra nadie, o casi nadie. Canal Sur cambia el final de
Mejor lo hablamos, sacando a Mariló Montero del camerino como de la ducha, porque a los amos no les gustó cómo quedaban dispuestos los cadáveres. Pero basta poner Telemadrid para ver la imagen especular del mismo asco. Nadie duda del control político de los medios públicos, igual que nadie duda que hay periodistas esbirros y que los políticos ven cada vez más rentable esta guerra. La escenificación de esto no sólo nos dio la bronca seguida de espantá y de manipulación del otro día en ese debate, sino que nos ofrece la medida de toda la política en España. Somos un país de cafres. En el extranjero aún nos menosprecian porque combatimos la Ilustración y porque aguantamos 40 años de dictadura sin que la mayoría abriera la boca. Me puso la carne de gallina un titular de este periódico que afirmaba que se había hecho una ley de la memoria histórica de media España contra la otra media, lo que a mí me resultaba equivalente a admitir que media España seguía siendo franquista. Somos un país de cafres, con una democracia sólo desperezante. La derecha es antañona, cuartelera y nacionalcatólica, y la izquierda sectaria, infantil y cheguevarista. Ignacio Villa me produce un repelús diferente al de María Antonia Iglesias, pero los dos me parecen fanáticos y dañinos. Los políticos han puesto a España alfil contra alfil, tertuliano contra tertuliano y trinchera contra trinchera. Somos todavía un país de cafres y por eso nunca me ha convencido lo de la memoria histórica, porque aquí la memoria sigue siendo odio y la política, un paredón o el otro. No hay nada que merezca estas guerras, pero en ellas andan, y así nos va. Al lado de esta dolorosísima realidad, las broncas de la televisión me parecen una anécdota.
Vivir del milagro. Había condescendencia y conmiseración en la manera en que Telecinco daba la noticia, como exploradores ante la medicina de palitroques de una tribu. Andalucía aparecía de nuevo en su ingenuidad y su santería, en su primitivismo y su magia de cuevas. Eran unas maderas del Ayuntamiento de Órgiva que habían cogido humedad, pero los lugareños ya veían acuarelas de espíritus, caras de santos, fantasmas derretidos, presencias de brocha gorda, unos milagros bostezantes para una gente de desayuno milagrero que ya olía a negocio, según comentaba Hilario Pino. Otro Bélmez pero a la sombra del aire acondicionado, con un miedo de funcionarios como escoceses con espectros. Y me dí cuenta de que ahí estaba otra vez Andalucía. Primero, porque seguíamos provocando carcajadas. Segundo, porque nos volvía a condecorar la superstición, que aquí igual significa tener armarios poseídos por el abuelo que brujas idiosincrásicas que cristos que hablan con los futbolistas. Tercero, porque de nuevo parecía que queríamos vivir del milagro, de lo que nos manda el cielo o su sótano, de las vírgenes o dineros encontrados junto a un tronco o de un rezo que no se acaba. “Desde luego, hay que echarle mucha imaginación”, concluía el locutor. Con imaginación, cara, santones y limosnas aquí hemos hecho toda una manera de vivir y de adornarnos.
Otro friki. Mucha pose de deshollinador triste y filósofo, pero lo de Quintero sigue siendo una churrería de frikis andaluces. Ahora, un tal Mariano el Botero, que le canta sevillanas a su perra igual que el otro francés que se las cantaba a los jamones, y que hasta se calienta un poco con ella, con sus ojazos de novia y su gracioso meneo de culito. El programa ya resulta enfermizo y Quintero decae. Los andaluces, colgaos, mientras el listo siempre es un Punset de por ahí fuera. Cada vez me cansa y me rebela más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario