Un mal día. Elegí un mal día para verlos todos juntos. Esos columpios verdes, esas brisas de jamones, esos estudiantes como rayitos de sol, esa Andalucía alicatada de tecnología, esas casas que se arman solas y gratis, esas dulces enfermeras telefonistas, ese logo de la Junta como la dentadura de su sonrisa clorofílica. Eso que llaman publicidad institucional y que es propaganda de partido con dinero público, 23 millones en menos de un trimestre. Elegí un mal día para ver esos anuncios: después de un cabreo con funcionarios. No hay nada más español que eso, ni las banderas como paelleras de Rajoy ni el otro patriotismo con chupete de Zapatero. Sí, me siento españolísimo en mi indignación. Dejen que les cuente: Tras quince días, los resultados de mis análisis no están y no saben por qué. El médico también se sorprende y me manda a que baje yo mismo a reclamar. Una enfermera de enguantada parsimonia me los saca por impresora (¿cómo podían estar sin estar?), pero me doy cuenta de que sólo hay una parte, de que falta lo más importante. “Cualquiera sabe qué habrá pasado --me dicen--. Seguramente se habrá estropeado la muestra, pero llamar ahora con la de gente y jaelo que hay en el laboratorio de Jerez... Venga el lunes para volver a sacarle sangre”. Y tan tranquilos. Me acuerdo de Larra e imagino sus Batuecas trasplantadas a Andalucía. Pero yo exijo saber qué ha ocurrido, y ante la despreocupación y las pocas ganas de la funcionaria por dar explicaciones, asusto con mi sacerdocio periodístico (perdón, no suelo hacerlo), por si les motiva más el derecho de la ciudadanía a conocer lo mal que funciona lo público que mi derecho como paciente, tan endeble al parecer. La señora cree que le estoy bacilando, así de poco acostumbrados están a que les exijan responsabilidad. Subo, bajo, desespero. Me dicen al fin que alguien en Jerez no marcó en el ordenador lo que pedía el volante. No me lo trago, pero ya me resigno. Habrá que repetir los análisis. Otras dos semanas. Luego, mirando la felicidad y rapidez de esos anuncios, me da el ataque de risa y decido caer en esta inelegancia de contar mis cosas, similares a las de otros miles de andaluces que no se podrán quejar. Me permito erigirme hoy en su paladín. Perdonen ustedes este desahogo. Qué cabreo y qué risa, tantos anuncios para esta pobre y desatendida realidad.
El Código Colón. La televisión pública andaluza, igual que ha inventado la gerontología catódica, ha inventado también el género del documental indocumentado o alucinado. Y no lo digo por lo de su cortijo (presentado con ánimo documental, recuerden), sino por la serie que están emitiendo sobre Colón en Canal 2 Andalucía. La anunciaban con una seriedad de códices, mapamundis y noble historiografía sobre cuero, pero lo que me encontré el otro día fueron apariciones de templarios, pseudomisterios como egipciacos, la capilla de Rosslyn con sus enigmas de emparedados y merovingios, y hasta a Javier Sierra, ese escribidor del esoterismo-historia-ficción, desbarrando con peregrinas teorías no muy lejos de acabar en un Colón extraterrestre o al menos avisado o conducido por ovnis. Apunté en mi libreta como gracia que habían hecho un Código Da Vinci con el pobre Colón, pero pronto comprobé que, efectivamente, esta serie que se pretende documental incluía partes de ficción con unos actores que se movían entre bibliotecas, conspiraciones, asesinos en las sombras, secretos ocultos y jeroglíficos ardiendo, todo en torno al velamen de don Cristóbal. O sea, que verdaderamente estaban haciendo un Código Da Vinci, pero además con la producción y el guión que le corresponderían a María del Monte. La serie, de un ridículo chiripitifláutico, es una auténtica estafa.
Un año más. La nueva temporada de Canal Sur no sólo eterniza a María del Monte, sino a otros desechos de destripadero como Vista pública. No sé qué me revolvió más el estómago, ver a Luis Mariñas anunciar con una media sonrisa que tratarían “una terrible historia en la que un matrimonio muere degollado por una catana” y la posibilidad de que los perros que olieron a muerto en casa de los McCann se hubiesen equivocado, o simplemente pensar que esto se sigue pagando con dinero público un año más.
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