Griñán hizo un discurso de investidura lleno de pajarillos y pífanos, pero ayer vimos, en sus réplicas a Arenas, que todo fue una pose: siguió acusándole de estar “obsesionado con Chaves”, de “perder elecciones” y de “estar instalado en el pasado”; se dedicó a feos ataques personales (lo que Arenas llamó “picotazos”) en lugar de contestar a las preguntas y, en fin, el que Arenas se equivocara constantemente llamándole “señor Chaves” pareció cada vez más justificado, pues en verdad era otro Chaves sin afeitar y sin dislalia. De repente todo el talante se transformaba en chulería, resucitaba esa “superioridad moral” que el día anterior había criticado y, así, su primer discurso quedó ya comido por los ratoncitos apenas veinticuatro horas después. Quizá le llamaron al orden, quizá despidió pronto a las hadas que le inspiraron, quizá han sido muchos años de boxeo para pasar sin transición a los madrigales.
El cambio es una palabra barata, suelo decir yo. Cambio pretendió ser el mismo Chaves sin más que mudarse de corbata de lustro en lustro. Griñán subió a la tribuna como una novia demasiado vieja para ser virgen y aun así querían (queríamos) creerlo. Pero el cambio en este PSOE andaluz no puede venir de que Madrid se lleve a una gárgola ni de que un padrino de las mismas batallitas sustituya al padre y se limite a poner su acento a antiguas mentiras y abusos. Sigo pensando que sólo una derrota podría purificarlos, sólo dejar el poder podría salvar a la socialdemocracia en Andalucía, tan agusanada. Entonces otra generación y otros modos tomarían su lugar, y hasta podrían ser verdad sus discursos floreales. Con Griñán, no lo creo. Demasiado pronto algunos se enamoraron de Griñán y demasiado pronto llegó el desengaño. El vino nuevo y los viejos odres, o al revés... No me digan que no queda rancio que nos traigan ahora a Juan Pardo cantando al amor achampanado.
1 comentario:
Una gran verdad, pero...que le vamos a hacer...
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