18 de mayo de 2010

Los días persiguiéndose: Decadencia (13/05/2010)

Debe de ser porque estoy en Barcelona, y vi la música de Richard Strauss incendiar la propia luz en el Teatro del Liceo, y volví a pensar que todo Gaudí era ser una libélula tragada por un dragón, pero creo que el arte y la belleza verdaderos repelen, apartan, arrinconan al lujo, que es en realidad la estética más barata. La piedra vence al oro y un violín solo puede hacer que huyan como salamandras todas las joyas colgadas de los techos. Pero para el hortera, impotente estético, sólo queda el sucio lujo al peso como el de un dueño de casino, ese Bizancio comprado, ese tener que vestirse con un palacio entero y rodearse de pajes plumíferos, ujieres en carroza y secretarias disfrazadas de Cleopatra. San Telmo es bastante más que un problema de dinero o una pelea de partidos como de indios por una casaca. San Telmo nos habla de una casta política antiestética, orgullosamente hortera y sin duda acomplejada por ello, que no puede sentirse digna si no se pinta en ese barroco muy empelucado aunque cagado por debajo, como decían de aquellas cortes luisinas. Ni siquiera hablo aún de derroche, ahora que hasta Zapatero ha bajado ya el hacha sobre funcionarios y pensiones. Hablo de una política de tipito, de espejito, de presumidos, de caprichos, obscenamente perfumada y desabrochada, esta política de emperadores locos peinando a sus caballos.

San Telmo es todo un monumento a esta decadencia, pero no es su único síntoma. Ver a Griñán protagonizando una campaña que parece de Chanel Nº 5 es todavía más grave. Nuestros gobernantes ya parecía que se dedicaban sólo a comprarse zapatos caros como Carmen Lomana, pero centrarse en la guapura de Griñán con la que está cayendo, dejar de lado toda la acción política para vendernos sólo el enamoramiento o la creencia en su persona de esa manera entre norcoreana y parisina, eso, definitivamente, es ya indecente. Este Griñán de escaparte o de marquesina del bus, como enseñándonos sin venir a cuento una pierna para publicitar una colonia o un chocolate o un disco o una peluquería, ha terminado de estatuar la decadencia y la fealdad de la casta gobernante andaluza. Eso no es política, eso es la primavera del Corte Inglés, eso es un catálogo de Pronovias, eso es la sonrisa idiota de una azafata de El precio justo o de una teletienda que nos quiere hacer comprar un taladro o una pulsera del horóscopo cuando no hay ni para pan. Griñán como una maja, Griñán como un hada madrina, Griñán como el calvo de la lotería, Griñán como un domador de circo, Griñán como Arguiñano o como Julio Iglesias o como esos horteras de Il divo, Griñán como un vendedor de colchones de látex, no sé, Griñán como cualquier cosa menos como un presidente en medio de los cataclismos de la crisis, la deuda, el hambre o las guerras que ya tenemos o se nos avecinan. A esa imagen de Griñán, poniéndole además de fondo su palacio de nata y crujientes, sólo le faltan unas hombreras con flecos para que únicamente la ridiculez fuera capaz de acallar su impudicia.

Ni ética ni estética, sólo vulgaridad, vanidad, despilfarro, maquillaje, principados de columnatas o tocadores, de pompas o altarcitos; posturitas de torero y un lujo en llamas absurdo y lascivo igual que el orinal de oro y angelotes de una reina. La decadencia de estos gobernantes nuestros aún acarrea salones y pinacotecas, pero ya ha matado a la política y herido a Andalucía toda, que sangra fastuosamente como un armiño acuchillado por orfebres asesinos.

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