3 de mayo de 2010

Los días persiguiéndose: Marcianos (29/04/2010)

Acabarán con nosotros la crisis económica, la “crisis institucional”, los terremotos, los volcanes, los meteoritos, las plagas, el calentamiento global, los mayas, los fascistas, las niñas con velo, los políticos o los marcianos. Teníamos ya mil formas de sucumbir por la mano de los partidos, de los dioses, de Gaia enfadada como una comadre; por la soberbia, estupidez o torpeza nuestras o de los que dirigen este país o este mundo medio hundido en sus océanos de monstruos. Teníamos Apocalipsis para cada gusto, partido y cátedra cuando ahora, encima, Stephen Hawking, centauro de la ciencia, nos advierte sobre los extraterrestres, él que es un poco alien, un poco hombre-sonda, fronterizo entre el universo matemático y el mitológico, como si hubiera sobrevivido después de mirar a la cara a las gorgonas de los agujeros negros. No estaría mal morir de un rayo invasor, en un amanecer plateado de naves nodrizas. Al menos no nos habríamos matado entre nosotros, entre nuestras facciones, credos, patrias, siglas. Absorbidos o aniquilados por otra inteligencia, no tendríamos que lamentar el fracaso de la nuestra. O, quizá, quién sabe si un Griñán abducido por lagartos o una Junta ocupada por seres palmípedos harían que Andalucía saltara a las estrellas de verdad, cumpliendo por fin su propaganda.

No creo que a Hawking se le haya ido la olla, aunque muchos se han recreado ya en eso del sabio zumbado y la risa que dan los marcianos (ayer, aquí, el mismo Gómez Marín, otro sabio, hablaba de “esa vida inverosímil” o “esa ciencia mostrenca que se llama exobiología”). Recuerdo que Carl Sagan (poco mostrenco, aunque pionero de la exobiología), al presentarnos el Cosmos como un gran saco de canicas, empezaba precisamente por situarnos en nuestra pequeñez: habitamos un diminuto mundo que gira alrededor de una estrella mediocre en el borde exterior de una galaxia con más de 200 mil millones de soles, galaxia que a su vez sólo es una mota entre cientos de miles de millones de otras. Decía Sagan: “¿Por qué seríamos nosotros los afortunados, medio escondidos en un rincón olvidado del Cosmos? A mí se me antoja mucho más probable que el Universo rebose de vida. Pero nosotros, los hombres, todavía lo ignoramos”. Estoy de acuerdo: en tan vasto Universo, sólo un mostrenco (ahora sí) provincianismo planetario tacharía sin más de majadería la posibilidad de vida extraterrestre, incluso inteligente y tecnológica. Otra cosa es calibrar esa posibilidad (la famosa ecuación de Drake no deja de ser un juego), o desbarrar hasta asegurar que este planeta ya es una especie de parador interestelar (Sagan hizo una inteligente y divertida refutación de los “ovnis”). Sí, también en la ciencia hay lugar para extraterrestres, sin prejuicios intelectuales ni supersticiones catetas. De ahí el proyecto SETI, que los otea, o la exobiología, que intenta ampliar nuestra visión sobre la formación y evolución de la vida. ¿Razones para distraerse en eso? ¿Qué tal cambiar toda la perspectiva sobre nuestra existencia? Encontraremos esa vida o no, o serán sólo microbios, o viajarán por el espaciotiempo a capricho (podrían llevarnos millones de años de ventaja porque nuestro sistema solar es relativamente joven). Y ya veríamos si nos desintegrarían. Quiero pensar que una civilización capaz de sobrevivir tanto tiempo sin autodestruirse habría aprendido algo sobre la violencia. Pero no sé qué harían al vernos retozar en nuestra ignorancia, pequeñez y suficiencia, o pelear por razas, ideologías o dioses. Puede que se dieran la vuelta, dejando que madurásemos o nos extinguiéramos solitos.

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