Donde vive la felicidad. Tenía que llegar este programa como complemento del otro, para terminar de fundir el mundo en su centro, que es Andalucía, lugar que se goza in situ o se añora desde lejos, pero donde la felicidad siempre tiene su casa. En Andaluces por el mundo, los emigrados echan de menos los jamones o las verbenas de su pueblo; el éxito en Nueva York o el dinero en Londres no son nada al lado del sol despatarrado y la alegría simple de los pobres que tenemos la fortuna de disfrutar aquí. Pero faltaba la otra mirada, la del extranjero que ha encontrado en Andalucía el Paraíso, el amor o el dulce, renunciando a una prosperidad artificial o a un cosmopolitismo triste y lluvioso como todo lo que no es andaluz. De esto va Viajeros por Andalucía, presentado por ese Rafael Cremades que es como un panaderito de lo nuestro, donde vi esta semana a una americana convertida a los mostachones de Utrera y a la Virgen del lugar, y a otro señor de Memphis muy adaptado ya a tocar el cajón en una peña flamenca. No faltó, por supuesto, el argumento que lo justifica todo y nos hace insuperables y dichosos: “Aquí se trabaja para vivir y en Memphis se vive para trabajar”, decía él, raro o absurdo en la peña, tan negro y jazzístico, igual que eso de Sabina de un belga por soleares. Juntos los dos programas, son el yin y el yang del catetismo. Somos pobres pero felices, somos la envidia del mundo. Anda ya...
Cultura nocturna. No me creo eso de que Canal Sur se gusta en el folclore pero luego hay una cultura nocturna en Canal Sur 2 para élites con sombrero. No, sólo hay pretensión de ello, aún más ridícula que asumirnos gitanillos. Veo muy tarde en Canal Sur 2 a Manolo Carrasco con su sinfonismo de pajar, toda una orquesta para mozos de cuadra, su Sinfonía Ecuestre malísima, hortera, entre la música de Semana Santa, de majorettes y de cupleteras; él tan de blanco para dirigir ese bodrio lleno de mordentes y arañamientos de tripas (que le pongan a este hombre algo de Mahler o Shostakóvich, a ver si aprende). Veo también allí que adaptan como para un jazz pobre a Mozart y a Brahms mientras unas buenas mozas jaquetonas y torpes intentan un baile medio sexy que parece una función de instituto. ¿Cultura de élite? Para eso hace falta más que un piano blanco (¡qué horror!) entre cagajones y un saxofón con penumbras de estriptis.
Innovación de la semana. En Tecnópolis, unas marujas pasean en camello por Doñana. Lo dicho: aquí las boñigas lo mismo son cultura que innovación.
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