3 de octubre de 2012

Reptiliario: Los olvidos exquisitos (25/09/2012)



No me acuerdo, hija. Magdalena Álvarez vive ahora en Luxemburgo, donde Europa es más sinfonía que realidad y los políticos quemados disfrutan de una especie de solárium funcionarial y cultivan portafolios igual que hortensias. Quizá por eso llegó como una princesa de por allí repartiendo saludos y olvidos exquisitos. Un olvido exquisito es ése que quiere dejar claro a los demás que no son nadie pero tú sí. Así se olvidan camareros, compañeros, amantes, rivales, precios o papeles. Álvarez no se acordaba de ese convenio mefistofélico IFA-Empleo, ni de Guerrero, ni de otros detalles de una época que daba la impresión de parecerle como escolar. Y el fondo 31-L lo ha conocido por la prensa. Se le olvidó hasta llevar un folio para apuntar y tuvo que pedirlo. Son cosas que afean el rango: llevar un folio, acordarse de un simple director general o caer en llamar señorías a los parlamentarios. “No me acuerdo, hija… Perdone: señoría”, le dijo a Alba Doblas. Llegó como una princesa pero luego se puso muy flamenca. Echábamos de menos esa condescendiente y furiosa soberbia de Maleni.

Su engendro. Álvarez podía parecer ayer una mera visitante o invitada, pero en realidad fue obra suya el engendro que hizo posible todo el coladero: el “control financiero permanente” (pomposo y mendaz nombre) que tanto se afanó en explicar y guapear. O sea, ese control de la Intervención que sólo tiene lugar a posteriori y a lo mejor ni llega (se hace con técnicas de “muestreo”). Unido a un mecanismo, la transferencia de financiación, que es legal pero no para pagar subvenciones, el truco era casi perfecto: el dinero de las ayudas llega mediante transferencia de financiación de una consejería a una agencia que no está sometida a fiscalización previa, y en ese momento se convierte en arbitrario. Al menos, hasta que los pillen. Si los pillan. Álvarez podría haber aclarado mucho más, pero nadie le hizo las preguntas adecuadas. La blandura y los balbuceos de Doblas hacían que la ex consejera se detuviera a explicarle el Contaplús; el PP torpeaba sacando de nuevo papeles a mitad de hacer o de leer y Ruiz Sillero, en vez de realizar preguntas útiles y directas, se empecinaba grotescamente en lanzar acusaciones y declamar discursitos que Álvarez convertía en ironías y barullo. En ella empezó todo, pero no supieron ni preguntarle ni contenerla. Vino, dio unos azotes de institutriz y se marchó.

Babel. No cejan en la teoría de las consejerías islas, de los consejeros sordomudos o de la Torre de Babel de la Junta. Y Hacienda no era diferente: “No sabemos nada de la gestión de las consejerías, que son autónomas”. Los consejeros, dijo la ex ministra, son “primus inter pares”. Bueno, “primero entre iguales” puede serlo sólo uno, pero en fin, el latín no es lo suyo. Si los consejeros casi ni se hablan entre ellos, me pregunto qué hacen en el Consejo de Gobierno. ¿Juegan a Apalabrados? Luego matizó que sí había reuniones entre consejerías, pero que sólo se hablaba de cosas buenas, bonitas y alegres. O una tontería semejante.

Corcho. El hermanísimo Ángel Rodríguez de la Borbolla, imputado, no quiso contestar preguntas pero nos contó toda la historia del corcho. Y había para contar, porque se diría que montaba una empresa de corcho por cada tapón. Insistió en la legalidad de las ayudas y en que se emplearon para empresas en crisis. Pero Alba Doblas le recordó que sólo un día después de que Fernández y Viera firmaran el famoso convenio, su empresa recibió 1.200.000 euros. Y que 9 millones de euros después, una proyectada planta de ionización del corcho sigue siendo un trigal. Le preguntó si acaso era “un Urdangarin a la andaluza”. Yo pensé que ojalá en Andalucía hubiera sólo una familia real.

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