22 de noviembre de 2007

Los días persiguiéndose: Extremismos (22/11/2007)

Lo que le pasa a esta España de muertos con capote es que ha seguido adelante sin terminar de enterrar varios siglos y ahí los tenemos, como arcones o pianos llenos de arena por la casa. Ni el XIX, con los nacionalismos de su tisis, los carlismos de sus infantones y sus curas de trabuco; ni el XX, siglo de los totalitarismos, de fasces contra hoces, hemos sabido apagarlos aquí a su hora. Lo malo de la memoria histórica es que nos damos cuenta de que viven aún los mancos lepantinos, el paletó de Fernando VII, los anarquistas con morral y los franquistas con sol de moneda romana, en una especie de fiesta veneciana de la que nadie se va, como en El ángel exterminador de Buñuel. Parece que un día perdimos definitivamente la oportunidad de la modernidad y desde entonces vamos con los harapos de la historia, con todos los abuelos a caballo y con todos los relojes del siglo anterior, como traperos de nosotros mismos. Igual que el cateto es ése que no puede evitar llevarse su pueblo allá donde va, el español es ése que no puede evitar meter el carretón de sus siglos en todo lo que hace. Somos contemporáneamente antiguos, somos eternamente pretéritos, andamos pendientes de resolver o pagar algo así como un préstamo fenicio que nos ha llevado la historia entera y que todavía dejaremos en herencia a nuestros hijos. Por eso no me gusta esto de la memoria histórica, cuando la historia es nuestra bola de preso, nuestro oro con el que nos hundimos por avaros, por pobres o por sucios.

Hemos visto a los franquistas en su 20-N, la España con boina, crucifijo y bayoneta que sólo se viste de ella un día al año y que ya no da ni para llenar una plaza. Pero el franquismo no está muerto porque no era Franco, sino otra cosa de la que Franco sólo era su monja. El franquismo es la novia de la Patria, la Religión en su fragata, los cojones con correas, y esto, en este país embalsamado en su historia, tiene todavía otros escapes, otras formas, otros conversos. Igual que su extremo opuesto. En Granada unos supuestos antifascistas salieron a demostrar su ideología que resultó ser otra hoguera diferente de muebles. Yo también soy antifascista. Lo que habría que preguntar a estos antifascistas chatarreros es si son demócratas, porque a lo mejor también vienen de otro siglo, son otro siglo como si llegaran de Waterloo, tanto o más que los fachas. Con mechones del Che y cuellos de Mao y cucharones de Lenin se levantan otros paredones y otro Estado o anti-Estado tan contrarios como indistinguibles del fascista. También tienen ellos su historia, hay historia para todos cuando España está gorda de sus siglos inconclusos. Son los extremos, dicen, claro. Pero hay muchos extremos. Ortega y Gasset ya nos previno sobre esto. Para Ortega, el extremismo significa enfocarlo todo en una tarea, en una obsesión, en un problema, o sea, renunciar a analizar lo que nos rodea como totalidad, como complejidad. Es la simplificación maniática y ciega. El extremista todo lo reduce a la Patria, la religión, el campesinado, la propiedad, la ecología o lo que elija su extremismo. También hay un extremismo de la historia, y es el que maldice a España: que en la historia, sus justas, sus cuentas, su peso, su bendición, está todo. Empezar a hacer historia, no seguir en su repaso, en su responso, es lo que necesitaríamos. Pero viejos fueros y lápidas, viejos soldados y herreros, los extremistas de la historia en varios disfraces, arrastran España con su roña monumental, ideológica, melancólica y podrida, como una gran tortuga de siglos.

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