
Hemos visto a los franquistas en su 20-N, la España con boina, crucifijo y bayoneta que sólo se viste de ella un día al año y que ya no da ni para llenar una plaza. Pero el franquismo no está muerto porque no era Franco, sino otra cosa de la que Franco sólo era su monja. El franquismo es la novia de la Patria, la Religión en su fragata, los cojones con correas, y esto, en este país embalsamado en su historia, tiene todavía otros escapes, otras formas, otros conversos. Igual que su extremo opuesto. En Granada unos supuestos antifascistas salieron a demostrar su ideología que resultó ser otra hoguera diferente de muebles. Yo también soy antifascista. Lo que habría que preguntar a estos antifascistas chatarreros es si son demócratas, porque a lo mejor también vienen de otro siglo, son otro siglo como si llegaran de Waterloo, tanto o más que los fachas. Con mechones del Che y cuellos de Mao y cucharones de Lenin se levantan otros paredones y otro Estado o anti-Estado tan contrarios como indistinguibles del fascista. También tienen ellos su historia, hay historia para todos cuando España está gorda de sus siglos inconclusos. Son los extremos, dicen, claro. Pero hay muchos extremos. Ortega y Gasset ya nos previno sobre esto. Para Ortega, el extremismo significa enfocarlo todo en una tarea, en una obsesión, en un problema, o sea, renunciar a analizar lo que nos rodea como totalidad, como complejidad. Es la simplificación maniática y ciega. El extremista todo lo reduce a la Patria, la religión, el campesinado, la propiedad, la ecología o lo que elija su extremismo. También hay un extremismo de la historia, y es el que maldice a España: que en la historia, sus justas, sus cuentas, su peso, su bendición, está todo. Empezar a hacer historia, no seguir en su repaso, en su responso, es lo que necesitaríamos. Pero viejos fueros y lápidas, viejos soldados y herreros, los extremistas de la historia en varios disfraces, arrastran España con su roña monumental, ideológica, melancólica y podrida, como una gran tortuga de siglos.
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