Circo de gordos. Son unos gordos cada vez más gordos y unas exhibiciones impúdicas de su morbidez como un funambulismo inverso, el de mostrar con todos sus cacharros cuán exageradamente gordo se está. María del Monte quizá está compensando con ese tamaño de los gordos de su Operación kilo una tarde con menos presencia, desde que ese ratito suyo de antes del informativo, el de su concurso con sevillanistas levemente limosneros y marujas en pos de una minicadena, lo ocupa el resumen de Se llama copla (hubo un día en el que llegué a verla, más que repetida, trinitaria, cuando al concurso acudió una tal María de la Colina y hubo como un encuentro de gemelas de moño, folclore, mofletes y nombre). Los gordos le compensan, pues, aumentando la densidad del programa o combando el tiempo como las estrellas muy masivas. Para acentuar este efecto, María del Monte no se contenta con que aparezcan el señor o la señora sobraditos de arrobas contando su problema. No, hay que ir hasta el espectáculo del asco, hasta el borde de la vomitona, como el gordo de los Monty Python en El sentido de la vida. Si una chica cuenta con orgullo que desayuna tres o cuatro veces durante la mañana (dos tostadas de pan de pueblo, un paquete de donuts y una baguette de a metro, todo antes de sentarse a almorzar), el programa nos lo va poniendo por delante para que el estómago se nos achique y la glotonería de la moza se nos traduzca en arcadas. Si la chica se comió una vez una tarta de 50 centímetros de diámetro enterita, allí nos la sacan. Tampoco basta con que el gordo nos diga lo que pesa, sino que hay que conducirlo hasta una báscula industrial donde parecen reses y sus kilos un precio. O sacarnos sus pantalones como sábanas tendidas, o pedirles que cuenten cómo no son capaces de abrocharse los zapatos, qué risa. Un circo de gordos. El que les faltaba.
La Virgen lotera. En la idiosincrasia del andaluz, no puede faltar su proverbial superstición. Por eso Andalucía Directo se fue a Santiponce, a contarnos con alegría y casticismo que la gente anda loca comprando para la lotería de Navidad el número de la fecha de la coronación de su patrona. “Dame uno de la Virgen, que este año nos toca”, pedían las señoras, besando luego el décimo. Qué inocencia, qué candidez. Qué pena.
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