Soy muy escéptico con este modelo autonómico. Lejos de acercar la Democracia al pueblo y de agilizar el gobierno, no sólo ha multiplicado la burocracia, sino que ha creado élites locales que controlan todos los aspectos de la vida pública hasta hacerla instrumento de sus intereses. Las autonomías son haciendas, las competencias son regalías y son usadas para beneficio de la casta de partido e incluso para el adoctrinamiento ideológico: ahí está la educación, pueblerina, tribal, empequeñecida en las hazañas autonómicas, por más que Zapatero le contestara a Díez que con ese tema había elegido “el peor ejemplo”. Yo me acordé, ahora que vemos cómo los juzgados se comen sus desconchones, de aquellas palabras de la consejera de Justicia, María José López, cuando afirmó su voluntad de que nuestro Estatuto posibilitara que las sentencias tuvieran “idiosincrasia andaluza”. Sólo deseaba altos tribunales que obedecieran a la Junta. Mientras, las competencias nos dan caos en la Justicia, caos en la salud con listas de espera maquilladas, caos en la educación con sobornos a los profesores para que les decoren los malos resultados. Y luego, consejerías, secretarías y organismos públicos donde los comisarios políticos ordenan la realidad según su conveniencia, donde sólo se produce propaganda y donde come toda la marabunta de arrimados. Control absoluto, no más. Rosa Díez hablaba de igualdad. Pero este sistema sólo da rapiña y reyezuelos.
10 de abril de 2008
Los días persiguiéndose: Rapiña (10/04/2008)
Entre las espigas masónicas, que diría Raúl del Pozo (el maestro saca mucho a los masones en sus artículos, más que yo que soy masón), Rosa Díez parecía que había subido a la tribuna del Congreso a llevarle ramos a la Democracia. Ella misma es su rosa en la sillería de ese hemiciclo que tuvo una legislatura donde los bancos sólo acumulaban piedras. No puedo ocultar mi satisfacción por que su partido haya conseguido un escaño. No sólo por ella, por su personalidad y su valentía, sino sobre todo por el ideólogo que está detrás, Savater. Por fin un filósofo se hará oír entre los mercaderes, los demagogos, los profesionales del escapismo, los tahúres de los partidos con los dientes de hierro como una canana. Los partidos, diseñados por fontaneros y publicitarios, ya no daban ideas, sino estrategias de venta, ofertas y saldos. Que Savater sobrevuele las escalinatas de un parlamentarismo reducido a la reyerta y a la subasta significa que quizá veamos la política de la razón frente a la política de los intereses. El miércoles, en la tribuna como un gran cabecero de cama, Rosa Díez le daba la réplica a Zapatero y le hablaba de igualdad real, no de esa otra escrita con zeta, la igualdaz retórica, como mantra, como paisaje pintado, de la que tanto gusta Zapatero olvidando que su política autonómica ha consagrado lo contrario: los rebañamientos de las autonomías, los juegos de pesas entre ellas, la claudicación ante la ambición de dinero y control de las castas locales de poder. Parecía una obviedad, pero es una verdad que la política territorial de ZP ha olvidado: que los derechos son de los ciudadanos, no de los territorios. Así se lo recordaba Rosa Díez a la vez que pedía la devolución al Estado de algunas competencias (educación) ante el uso depravado que ciertas autonomías están haciendo de ellas. Zapatero contestó con una tontería: para él, el desarrollo autonómico que ellos están promoviendo (¿esos estatutos consentidos para mayor gloria de la mitología homogeneizante y manipuladora de los nacionalismos?) es mejor que algunos federalismos como el alemán. Por la boca de Zapatero sólo salían burbujas.
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