Señores y señoritos. Cuando decía “señor”, hacía el gesto de ajustarse la chaqueta, una chaqueta naranja a juego con todas las fosforescencias que vestía, ésas que gastan los pijos de dinero, de patillas o de estirpe, como si su ridiculez fuera radiactiva. Jesús Quintero entrevistaba a Martín Pareja Obregón, torerito trotoncete y cortijero que se perdió un día en sus juergas, que se metió luego al cotilleo televisivo y que ya representa sólo una especie de taurinismo de hechuras porcinas, un casticismo de establo, una falsa aristocracia uniceja y la altivez del analfabeto azahonado, tan conocidos aquí. Sí, el señorito, o lo que queda de sus posturitas. No ha sufrido nada Andalucía con los señoritos, que condenaron a esta tierra al medievalismo, a la desindustrialización, que se regodearon en la opresión y en la injusticia, para que tengamos que soportar ahora a un hijo de papá, entre la farra y la haronería, defendiéndolos: “Era un señor, pero hoy dicen el señorito mirándolo como mal, y el señor, el señorito, era el hombre que le daba trabajo a muchísima gente...”. No, el señorito explotaba, sometía y abusaba; no era empresario sino dueño, y su recuerdo aquí duele como estocadas. Pero Martín Pareja Obregón, al que hemos visto por toda la televisión esparciendo su catetería, su machismo (trata a las mujeres como a vacas guapas), su orgullosa vulgaridad acoloniada, su ranciedumbre cascabelera, decía “señor”, se ajustaba la chaqueta naranja como volviendo a poner sus botos sobre los cuellos de los pobres, y quedaba entronado en su papada. Y aún a esto lo llamaba pureza. “Yo soy un tío muy puro, me he criado en una gente muy pura”. A esa pureza yo la llamo mugre, costra, roña. Todo lo odioso, kitsch, vergonzoso que arrastra Andalucía, sus castas de pajar, su bodoquería empingorotada, su fachosidad pringosa, todo eso en este Martín Pareja Obregón, saco humano de lo que nos abochorna de nuestro pasado y nuestro presente, la condena de Andalucía a la zafiedad, a la jarana, al folclore y al clasismo. Y todavía va de artista. Pero de señorito vividor no ha pasado.
Sospechoso. La Asociación de Telespectadores de Andalucía es un ente fantasmagórico que aparece una sola vez al año y da unos premios con tufo y baba que suelen recaer en los de siempre. Ahora han premiado a Se llama copla, que nos devolvió a un franquismo estético; a Tecnópolis, ridículo instrumento de propaganda modernizadora; y, ahí es nada, a Rafael Camacho, el vocero del poder que ha conseguido que la RTVA coleccione sanciones de la Junta Electoral como posavasos. ¿Sospechoso, evidente o directamente ignominioso? ¿Quién lleva esta asociación que se diría hecha ad hoc? ¿Zarrías?
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