Incluso con esos derechos, aquí no dejamos de morirnos. Nuestra sanidad pública no rechaza a nadie, pero otra cosa es que a veces reparta frío y escasez, mientras nuestros gobernantes ratean el dinero o lo dedican a una indecente propaganda de brillos y ciencia-ficción. Andalucía es paradigmática en eso. Las urgencias se colapsan, los hospitales se apañan con médicos insuficientes, abusados, multiplicados o recién despertados; faltan medios, equipos, sitio, líquidos y hierros. Pero la Consejera de Salud busca fotos cuando separan dos niñas siamesas, Chaves nos sigue vendiendo lo de las habitaciones individuales (“camas individuales”, han llegado a decir), las listas de espera se maquillan y aquí todo lo van a solucionar las “células madre”, de las que no dejan de decirnos que somos pioneros, padrecitos, primeros jardineros. Este artículo ha venido de ver la foto de Bernat Soria repartiendo la cosa de la sanidad pública como pastillas de la tos, que a lo mejor se queda en eso con la crisis. Recordé que, hace poco, un amigo biólogo molecular me comentaba con amargura y sorna la gran mentira pirotécnica de las terapias génicas (un fracaso aún) y de las células madre, y también la mediocridad científica de Bernat Soria o de la ministra Garmendia, impulsados sólo por el arrimamiento político y la propaganda. “Con la biología celular están jugando –me contaba--, no tienen ni idea de lo que va a salir, lo que pasa es que de tanto jugar a veces sale algo. Si ni siquiera a nivel macromolecular terminamos de entenderlo todo, ya a nivel celular ni te digo”. Esto no es Estados Unidos, pero también se muere gente en los pasillos. Mientras, lo que nos dan los políticos es anestesia, autobombo, marcianos que nos salvarán y ese frío repartido en cuchillos y cucharadas de pobre de los hospitales.
5 de octubre de 2008
Los días persiguiéndose: El frío repartido (2/10/2008)
Ni la lujuria del dinero, ni los cowboys que cabalgan bombas como en lo de Kubrick, ni las biblias remachadas con balas. Siempre he pensado que una de las mayores y más brutales diferencias entre Estados Unidos y la Europa más avanzada (u otros países como Canadá) es que allí los hospitales te pueden sentenciar a muerte por pobre. Un amigo me insiste en que, a pesar de haber nacido allí la democracia moderna, Estados Unidos es el imperio más cruel de toda la historia. No sé, hay demasiada crueldad en nuestra historia para atreverme a hacer escalafones. Aun sin misiles atómicos, no sabría yo dónde colocar las satrapías persas, Roma, el Imperio Otomano, o los mismísimos Alejandro y César (sólo hay que leer a Plutarco para concluir que eran verdaderos hijos de puta, aunque sus degüellos se cuenten con épica y hasta Dante colocara a Bruto y a Casio junto a Judas, devorados eternamente por las tres bocas del Diablo). Dejemos la política exterior de Estados Unidos en cínica y en oscura, por lo menos, pero el que allí sean las empresas aseguradoras las que pasen la guadaña por las salas de espera siempre me ha parecido escalofriante e incomprensible. Recomiendo la película Sicko, de Michael Moore, que aun con la boutade final de irse a Cuba, describe a la perfección ese sistema en que los enfermos reciben la vida o la muerte en facturas desglosadas. Quizá sea cierta mentalidad calvinista del lugar, tan decisiva, lo decía Tocqueville, en el desarrollo del capitalismo americano. O sea, eso de “que se haga mi voluntad, con ayuda de Dios”, que quizá termina para ellos en que Dios le da a cada cual lo que merece, normalmente medido en dinero. Pero sigo creyendo que la atención sanitaria gratuita y de calidad para todos debería ser un derecho fundamental en cualquier sociedad verdaderamente civilizada.
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