El político ha planeado su viaje como un asesinato con huida, huida a través de selvas con cortinas o de esos trenes antiguos de encaje y farol, tan románticos para el asesinato como para la cena. América, trigal de la patria, altivez de poncho, hospital viejo de españoles a los que ahora el político saluda, usa, compra y luego asesina para llevarse sus corazones blancos, como de niños de coro, y amontonarlos aquí en Andalucía haciendo votos, que también los votos son blancos y huelen a inocente sacrificado en su primera comunión. Por la América del Sur, madero clavado en agua de lo hispánico, no saben nada de lo que pasa en Andalucía salvo que viene un señor invitando a café y chocolate, y allí, donde existe cierto complejo de faltarles padre o más familia, enseguida le regalan el voto, la fe y hasta a sus hijas en matrimonio, por que no se pierda el apellido, el vínculo, la raza. El político va con esa religión aprendida, el político sabe regarla con melaza, fiesta y madre patria. Por eso los representantes de esos emigrantes, esos españoles de españolidad macerada o de españolidad como un ajuar, hablan igual que yernos del político. El político busca andaluces que no lo conozcan, andaluces ciegos y sentimentales, con Andalucía como una película, y que podrían votar igual a un carruaje o a la Macarena. El político nos quiere poner uno o varios indianos en el Parlamento como en el casino, porque los indianos eran de casino y de barco de vapor y de tener una patria hecha de sombreros y domingos. El político ha ido cosechero, forajido o raptor hacia una América de nostalgia, rondallas y tribu, como a una Sicilia de lo español andaluz. Ha ido a por votos como a por especias, y el voto le sale al precio de los tomates o del vinazo. El político está acostumbrado a comprarlo y venderlo todo, es su oficio de manos sucias, y por eso sus viajes quedan venecianos, piratas, mentirosos y al peso. Yo creo que el político, además, se ríe mucho cuando queremos hacer literatura con sus infamias.
16 de octubre de 2008
Los días persiguiéndose: El viaje (16/10/2008)
El político va con su cestillo de votos, con su política como un platanal trasplantado, se lleva fachadas y cofres indianos y hasta el Parlamento de aquí como la fuente rodante de su pueblo, adornada, conocida, paleta, cementerio de palomas y plásticos y pipas. El político va con los moños y trapos de la tierra, con la feria cuchillera de sus gitanos y sus toneleros, con la rejería de nuestras manos hacia arriba, con las cocinas destechadas o los cielos hervidos, con su reino pobre y feliz igual que un reino de borriquillos. El político va lejos en el agua, como cañas o rifles que bajan con el río, o quizá es un mar, el océano lleno de caparazones de dragones o cascos de conquistadores, va hacia una Amazonia azul, hacia una pirámide bien hundida, hacia un sur de hielos forestales y ganado cabeza abajo, continente que cuelga secándose en el planeta. El político cuenta sus monedas, sucia arpillería de monedas, el precio como en esclavos que tiene su corona, dinero de huesos como un dinero de los caníbales; lleva todo el viaje contando lo que pesan los hombres, los votos, los países, la tierra, lo que le cuesta la carne comprada y los hijos por vender. El político va a por votos o a por marfil robado a elefantes que no hay, lleva bajeles y mozos para eso, baratijas y espejos para engañar a las tribus, ese aire a la vez de superioridad y de precaución de los desembarcados y de los traidores. El político, que será tomado por un dios a caballo, como aquellos soldados de Kipling, el político que tiene esperando en la orilla creyentes, campanarios, porteadores y novias, el político se va a llevar de allí todo lo que le quepa de patria en las alforjas.
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1 comentario:
Porque sus infamias son tan sucias que aportar tanta belleza es casi un insulto.
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