No hay suficiente gente honrada para llenar la política, menos aún sus ayudantías y lupanares. Contar billetes con los bigotes no es oficio de una familia ni de un solo partido. Todos caen, todos mojan en esa salsa. O sea que estos bigotazos no tienen ideología. Esa estética obscena de tantos tíos con el mismo bigote ha suplantado a la política o la ha convertido en una excusa para su meneo, en Madrid o aquí. Lo que ocurre es que en Madrid los bigotes parecen de zares, mientras que en Andalucía encontraron un día los de Julián Muñoz y la Pantoja, especie de amor de velcro, y ya no quieren buscar más. No voy a entrar yo en si lo de Madrid es una cacería de tramperos con la mira torcida, aunque desde luego por allí corren magníficas piezas para cobrarse. Pero aquí ha habido igual seguimientos y gabardinas, tenemos al alcalde de Ohanes pillado con todo el papelón en las manos, hemos asistido a trincamientos de hermanísimos, recordamos demasiado bien lo de Ollero y lo de Montaner, y hasta vimos un bigote con pies y manos (Zarrías) votar por él y por sus compis, sin que nadie les haya cortado las barbas.
En el bigotazo de ese tipo de Madrid está toda la suciedad que enmosca la política y sus lindes, igual que estaban en sus melenas el rango y el honor de los reyes visigodos. Los partidos son una güisquería y chulitos con bigote de sacacorchos y paquete de calcetín se hacen ricos a costa de lo público. En las mismas fotos de Madrid, en esos bigotes de alambre, cabrían muchos de los que ustedes y yo conocemos. Ojalá alguna vez, cuando deje de buscar por los montes faisanes con la sigla pegada, la Justicia los rasure a todos. Pero creo que ese día aún está lejos.
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