
Chaves ha ido envejeciendo y parándose con Andalucía, como un reloj de cuco. Pero no es la edad ni la fatiga de los huesos, sino ese heredarse constantemente a sí mismo lo que da una política moribunda. Adormecerse cada día con las brasas de su poder, ver el paisaje quieto de Andalucía como una tierra conquistada hace mucho, notar con abulia y confort la cadencia de mecedora que toma todo con la repetición, contemplar el tiempo como las mismas sombras que se alargan y menguan una y otra vez, sin diferencia. Así, la política, que debe ser actividad, esfuerzo, movimiento, se le convierte a Chaves en una larga convalecencia de días idénticos, algo que pasa sólo levemente por su pelo entre noche y noche, que ocurre entre la merienda y la manta y que mañana será igual. Es la sensación de la eternidad, sí, que no es la del tiempo parado, sino la de percibir agolpados el pasado, el presente y el futuro, indistinguibles. Pero la eternidad es todo lo contrario a lo que debería ser la política, que no puede concebir la realidad como un punto, sino como una flecha. No es la vejez, no son los años, es haber llegado a la política de la eternidad y haber contagiado de esa eternidad a una Andalucía que sólo parece un interminable barbecho. Chaves admite “desgaste”, pero sigue queriéndose presentar a las próximas elecciones. No hay jóvenes que lo depongan, no hay otras ideas nuevas de su partido a bocinazos por la calle, no hay aquí ningún Obama que convoque esperanza y fuerza como tras cañones esmaltados; sólo la eternidad de Chaves, abrigada por su partido, que en Andalucía sufre la misma enfermedad que él. Envidio a los americanos, que cada vez que tienen elecciones hacen una suelta de palomas. Aquí, donde toda la política ocurre en catacumbas, los partidos nos dan hechos los salvadores y los muertos, ya con su evangelio y su urna. Pero deberían saber que la eternidad no les ha servido nunca ni a los propios dioses.
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