Chaves ha ido envejeciendo y parándose con Andalucía, como un reloj de cuco. Pero no es la edad ni la fatiga de los huesos, sino ese heredarse constantemente a sí mismo lo que da una política moribunda. Adormecerse cada día con las brasas de su poder, ver el paisaje quieto de Andalucía como una tierra conquistada hace mucho, notar con abulia y confort la cadencia de mecedora que toma todo con la repetición, contemplar el tiempo como las mismas sombras que se alargan y menguan una y otra vez, sin diferencia. Así, la política, que debe ser actividad, esfuerzo, movimiento, se le convierte a Chaves en una larga convalecencia de días idénticos, algo que pasa sólo levemente por su pelo entre noche y noche, que ocurre entre la merienda y la manta y que mañana será igual. Es la sensación de la eternidad, sí, que no es la del tiempo parado, sino la de percibir agolpados el pasado, el presente y el futuro, indistinguibles. Pero la eternidad es todo lo contrario a lo que debería ser la política, que no puede concebir la realidad como un punto, sino como una flecha. No es la vejez, no son los años, es haber llegado a la política de la eternidad y haber contagiado de esa eternidad a una Andalucía que sólo parece un interminable barbecho. Chaves admite “desgaste”, pero sigue queriéndose presentar a las próximas elecciones. No hay jóvenes que lo depongan, no hay otras ideas nuevas de su partido a bocinazos por la calle, no hay aquí ningún Obama que convoque esperanza y fuerza como tras cañones esmaltados; sólo la eternidad de Chaves, abrigada por su partido, que en Andalucía sufre la misma enfermedad que él. Envidio a los americanos, que cada vez que tienen elecciones hacen una suelta de palomas. Aquí, donde toda la política ocurre en catacumbas, los partidos nos dan hechos los salvadores y los muertos, ya con su evangelio y su urna. Pero deberían saber que la eternidad no les ha servido nunca ni a los propios dioses.
5 de febrero de 2009
Los días persiguiéndose: Chaves eterno (29/01/2009)
Ahora que el mundo estrena traje, Andalucía parece como nunca el pellejo de tortuga de la política. Ojalá tuviéramos esas primarias gladiadoras que hacen en Estados Unidos entre sombreros de claqué y ponches de guirnaldas. Allí, el candidato que llega a héroe o a difunto sale de una fiesta por la calle o de un atropello de la gente, mientras que aquí, en nuestros partidos sectas, los políticos se mantienen por embalsamamiento de muchos doctores o caen envenenados a puerta cerrada. Las disensiones se dirimen en luchas mafiosas, clanes contra clanes, pistoleros contra pistoleros, sin que nada traspase su cripta. Si acaso, como mucho, nos encontramos un día con la muerte civil del adversario expuesta en los periódicos, como estamos viendo con lo de Madrid. Estos americanos, qué diferentes, ganándose la candidatura en esas caravanas con discursos de gloria o de crecepelo, pero por lo menos al aire del pueblo, despeinándose de gente, al alcance de sus uñas. Aquí, cuando las camarillas de los partidos deciden en el sitio de su oráculo o en las alcobas de sus ancianos lo que es mejor para todos, ya nos ofrecen hecho al muerto o al salvador. En el caso de Andalucía y de su dinastía del poder, quizá el muerto y el salvador son uno solo.
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