Genitalidad. El programa de María del Monte ya parecía transcurrir en un continuo amaestramiento de monos incluso antes de que llegaran esos chistosos con el borricaje de sus cagarrutas, mocos y hueveras. Sólo hay algo que entristezca más que comprobar que su objetivo siempre ha sido ir superando sus niveles de bajeza y zafiedad, y es precisamente darnos cuenta de que en esa bajeza sitúan ellos al andaluz. El caso es que en el Consejo Audiovisual, donde mandan una especie de afiliados a la servilleta dedicados entre comidas a guapear la basura de la radiotelevisión pública, se sometió a consideración ese espulgamiento de macacos que hacen en el programa creyendo contar chistes. La queja venía más que nada por las gráficas y hasta olorosas genitalidades que a tan temprana hora salen de sus bocas o esfínteres. Sin embargo, parece que, después de medir concienzudamente el alcance y la profundidad de las pichas, chochos, enculamientos y caiditas de Roma, el Consejo ha decidido que todo se hace con delicadeza metafórica y que nuestra chiquillería está protegida por sucesivos velos de dobles sentidos y sutiles tropos, aunque a simple vista parezca que los chistosos hacen trancas con el brazo. Pero no, no está la obscenidad en airear los bajos, vieja fijación del puritanismo. Es la indigencia mental, la extirpación de todo rastro inteligencia, el hocicamiento de la estética, lo que hace repulsivos y aciagos a esos chistosos y a su amaestradora. No tanto que salgan pollas sino que su gracia sea la ignorancia, la incultura, la vagancia, el mal gusto, la animalidad, la digestión. Más que nuestros jóvenes se espanten por coitos del butanero, a mí me preocupa que los estupidicen y los acunen en esa satisfacción de cochinera que esta gente representa. De eso seguro que no se va a ocupar el Consejo Audiovisual.
Saborear la muerte. Pura indecencia, más que en esos chistes de cagameadas y empomamientos que llegaron luego, sin transición. Sí, el coche de muertos pasaba una y otra vez en la pantalla, por detrás de María del Monte y de los contertulios. El entierro de la última víctima de la violencia machista, allí puesto con enfermizo regodeo en un bucle, llantos y coronas, la muerte en sus jarrones, ese coche fúnebre dando vueltas por detrás de María del Monte, como si fuera un Ibertren, y ella preguntando a un familiar “¿cómo te encuentras?” o “¿te ha vuelto a dar otro pálpito?”. Ese coche de muertos como una catarata de fondo, apareciendo una y otra vez, dejando bien olorosa la muerte para sus antropófagos, y María del Monte como en la carroza de esa muerte, como en el carrito de helados de esa muerte, saboreándola. Luego, continuaron con el caso de Marta del Castillo, con una entrevista a su madre. “La madre de Marta es la que se encuentra más afectada”, rotulaban. “Antonia, te veo un poquito baja de moral hoy”, le decía María del Monte. Después, pusieron una chirigota y, sin más pudor, pasaron a los chistosos. Eso es verdadera indecencia, no mencionar pichas.
Ácido. Un lector me envía un vídeo con una escena pavorosa de Ángel rebelde, esa telenovela que hasta hace poco teníamos aún en la sobremesa porque el Consejo Audiovisual estaba ocupado descascarillando marisco. En ella, una mujer con la cara horriblemente desfigurada por ácido se mira por primera vez en el espejo delante de toda su familia. Pensé que María del Monte le hubiera sacado mucho partido en su programa a algo así. De momento, con esto hacen el prime time de Canal Sur. Hoy hemos aprendido mucho sobre cómo entienden ellos el servicio público.
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