Dice Habermas que todo el pensamiento político de la modernidad es una dialéctica entre liberalismo y democracia radical. Jonh Locke, Adam Smith o Friedman; Rousseau, Hobbes, Maquiavelo o el mismo Habermas; aunque no tanto contrapuestos sino yuxtapuestos. Quizá la posmodernidad política no es sino llevar a la crisis o situar en perspectiva todo ese sustrato para concluir que aún nos falta algo. ¿Es el “individualismo posesivo” del que habla tan críticamente Habermas una rémora o aún es el sustento de la libertad democrática? ¿Hay alternativa al actual capitalismo? ¿Y hasta qué punto eso supondría cambios en nuestras actuales estructuras sociopolíticas? De momento, ni Habermas ni un simple remozamiento de Keynes parecen salvaciones de nada. Menos, lo que hacen nuestros políticos.
Cuando hay quien habla de una auténtica refundación de nuestra democracia (¿neo-neoliberal, neosocialdemócrata?), aquí nos las tenemos que ver con la misma política miserable, mediocre y estaticista. Imaginar a Chaves o a Pizarro en tan altas reflexiones sólo puede llevar a la risa, porque aquí se hace política de saca y de jugar a las casitas, lejos de los grandes conceptos. Zapatero se conforma con un logotipo de una letra y con invitar a café a la banca; Chaves lo confía todo a que los sindicatos se callen y a que la propaganda llene de aviones de papel el cielo iridiado. Chaves ya nos dijo que la solución a la crisis no está en sus manos, así que creerá que está en las del Hado o quizá en las de los gobernantes filósofos de Platón, que él no tiene. No sabemos si el mundo será refundado por los pensadores o los economistas, pero lo que sí sabemos es que un político no puede declararse impotente ni esperar que la marea le traiga cofres de monedas. Sus recetas contemplativas, su economía de “estados de ánimo”, sus cataplasmas para el pueblo, el achicamiento de su fracaso hacia Wall Street, no sirven de nada. La culpa de Chaves es actual y también es retrospectiva, es la inacción de ahora más el lastre de haber mantenido a Andalucía en una economía enclenque, inercial, burocratizada y sometida a sus intereses clientelistas y a sus negocios de partido. La tempestad, que siempre se ceba en los más débiles, se lleva ahora todos nuestros pobres palafitos y deja a los parados ensartados a miles en los pararrayos. Como diría Gómez de la Serna, los paraguas de nuestros gobernantes disparan a la lluvia. Pero eso no basta.
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