
Un partido no es esencia, ni padre, ni bandera. Los pueblos no vienen con su ideología como con su sombrerito típico. Ni el PNV allí ni el PSOE aquí guardan una identidad, un alma, un Arca de la Alianza o una primera piedra de nada. En Democracia cambian los gobiernos y no hay por eso mudanza o despeñamiento de dioses, ni simas que se abren en los valles, ni plagas que matan a las vacas. Pero vemos que el poder convierte en reyes y sacerdotes a los políticos, de ahí que sea tan importante la alternancia, antes de que lleguen a pensar que el paso de las estaciones, la abundancia de las cosechas y la salud de las parturientas dependen de su presencia y su nigromancia. No es sólo un pecado del nacionalismo. Cualquier poder mantenido suficientemente en el tiempo termina usando el truco bellaco de identificarse con la tierra o el pueblo o la historia, echando mano de la propia edad como legitimación y convirtiendo en blasfemia las críticas que se le dirigen. Esa “agresión política” a la que se refiere ahora el PNV sintiéndose no desalojado del poder por las urnas, sino derrocado de un derecho eterno, me recuerda a ese “insulto a Andalucía” o a sus “instituciones” que suele sacar nuestro sociatismo cuando traidores y malos andaluces osan censurar su labor política. No hacen falta mitos del Rh, ni razas nativas de ovejas o de hombres, ni países cuyos nombres susurran los bosques; bastan el tiempo y el poder para que un partido se haga uno con el suelo y el cielo y el alma de todo un pueblo, para que usurpe su voz y su destino, para que ocupe a caballo el lugar de la libertad. Imagino al PSOE fuera del gobierno de Andalucía y pienso que sería como verla por primera vez sin dueños, sin patriarcas, sin apóstoles, sin caseros, sin niñeras, sin faraones, sin escribas, sin gurús, sin templarios. Algo así supongo que deben de estar sintiendo ahora muchos en el País Vasco. Sería saludable, sería normal, en eso debería consistir la Democracia. Ni derrocamientos ni felonías, sólo un cambio de gobierno, sin que tengan que trasfundirse sangre, esencias, dogmas; sin que nada en las raíces de la tierra o en la eternidad de las alturas sea o deje de ser nueva o vieja verdad. Puede ocurrir en el País Vasco, donde la política remitía al sueño mitológico de los faunos. ¿Ocurrirá en Andalucía?
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