Yo no he sido de los creyentes, del clan de la ceja ni de la religión bautista del talante. Pero pensé sinceramente que este hombre que venía a enterrar el felipismo quizá podría hacer una socialdemocracia moderna. Me equivoqué. Con la sonrisa franciscana y la flor de agua de los payasos, alimentó la locura de la mitología nacionalista, hizo una política territorial del prorrateo, convirtió el progresismo en caricatura y, cuando llegó la crisis que aquí es doble (la internacional y la de nuestra débil economía especulativa y ferrallista), se le ha quedado sólo media lengua, el discurso de los espantapájaros, de la sopa de los pobres. Pensé igualmente que el zapaterismo podría cambiar el sociatismo andaluz, viejuno, atrincherado, gordinflón, señoritil, estático y podrido. De momento, sus pactos de no agresión dejaron intacto a Chaves y a su imperio, y ahora, con Zapatero cada vez más débil, uno empieza a pensar que ese cambio de generación y de sábanas tampoco se producirá.
Zapatero muere arcangélicamente, no puede con la crisis ni con el país zarandeado por todas sus esquinas. Se le acabaron la baraka, sus panes y sus peces, ese espiritismo de las buenas intenciones y las manos abiertas de su Evangelio. El Congreso se lo come, su castillo de popa hace agua, sus ministros figurines o búhos viven de transfusiones, y eso que al PP lo acosan la corrupción y el cainismo y Rajoy ha sido salvado por las elecciones gallegas en el último momento, cuando también hacía cola para su entierro. En Andalucía, Zapatero puede arrastrar en su caída al Régimen, o bien, si el PSOE-A aún logra una mayoría agonizante en las próximas elecciones, hacer que sobreviva a su estatua yacente y darle otra vez cuerda a la vieja guardia de aquí. No sé si los estertores de Zapatero ayudarán al adiós de Chaves o más bien apuntalarán su búnker. En todo caso, Arenas se enfrentará a una fiera asaeteada y eso siempre es peligroso. Todo dependerá de cómo el PP andaluz se gire al centro, que es bastante más que quitarse la corbata. Un día tendrá que elegir entre las hipotecas que aún le debe a la derecha y ganar las elecciones, así que ellos sabrán si les conviene seguir haciendo de monaguillos o conformar un partido moderado y eficaz que pueda pasar por fin de siglo en Andalucía. A Zapatero, grogui, descoyuntado, se le caía el techo del Congreso y vi cómo aquella esperanza de otra socialdemocracia era devorada finalmente por sus flores. A algunos ya sólo nos queda UPD, porque una derecha que se atreva a ser centro parece tan difícil como que resucite el mesías leonés de entre muertos y lombrices.
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