
El otro día volví a ver Sansón y Dalila, la genial ópera de Saint-Saëns que venía con este periódico, la misma versión que yo tenía en un viejo VHS. Al Sansón que hacía Plácido Domingo, pelucón y pecholobo, lo provocaban comparando al poderoso Dagón con el impotente Jehová hasta que gritaba “blasfemia” y terminaba estrangulando a los filisteos con sus propios látigos y matando ejércitos sólo con una mandíbula de burro. En la ópera, Sansón termina enamorado tras un coro de muchachas y un aria de destape primaveral, pero era un fanático, y nada hay más fácil que provocar a un fanático. El PSOE lo sabe y saca a su Dagón para que la derecha católica responda con sus quijadas. Papas y arzobispos dicen que el preservativo ha propagado el sida en África, la píldora postcoital hace de un enjuague veneno, la nueva ley del aborto mata querubines y el PP quiere que el Tribunal Constitucional lo reconozca, y hasta Arenas pide cadenas perpetuas en el Parlamento... El PSOE está encantado desatando la furia de Sansón. Pero esta furia sirve a una causa perdida porque el aborto está ya asentado en el derecho internacional, hace mucho que el delito no coincide con el pecado, la mujer de hoy no va volver a ser esclava de sus embarazos y pocos entienden a un Dios obsesionado con las poluciones perdidas de Onán y con ponerle o no gabardinas al pene. Deberían saber que su “moral natural” perdió definitivamente contra aquello de la “socialización de la naturaleza” y que las supersticiones no hacen ley aunque su Dios amenace con eclipses, que ya no nos asustan. Mientras, el PSOE se aprovecha. Dagón era tan falso como el otro, pero los dos aún sirven para provocar y apostatar. Zapatero sobrevive acojonándonos con aquéllos que nos prohibían el baile agarrado, las chicas con beso de menta, el amor sin herencia y las pajas. Tiene la batalla ganada.
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