El otro día volví a ver Sansón y Dalila, la genial ópera de Saint-Saëns que venía con este periódico, la misma versión que yo tenía en un viejo VHS. Al Sansón que hacía Plácido Domingo, pelucón y pecholobo, lo provocaban comparando al poderoso Dagón con el impotente Jehová hasta que gritaba “blasfemia” y terminaba estrangulando a los filisteos con sus propios látigos y matando ejércitos sólo con una mandíbula de burro. En la ópera, Sansón termina enamorado tras un coro de muchachas y un aria de destape primaveral, pero era un fanático, y nada hay más fácil que provocar a un fanático. El PSOE lo sabe y saca a su Dagón para que la derecha católica responda con sus quijadas. Papas y arzobispos dicen que el preservativo ha propagado el sida en África, la píldora postcoital hace de un enjuague veneno, la nueva ley del aborto mata querubines y el PP quiere que el Tribunal Constitucional lo reconozca, y hasta Arenas pide cadenas perpetuas en el Parlamento... El PSOE está encantado desatando la furia de Sansón. Pero esta furia sirve a una causa perdida porque el aborto está ya asentado en el derecho internacional, hace mucho que el delito no coincide con el pecado, la mujer de hoy no va volver a ser esclava de sus embarazos y pocos entienden a un Dios obsesionado con las poluciones perdidas de Onán y con ponerle o no gabardinas al pene. Deberían saber que su “moral natural” perdió definitivamente contra aquello de la “socialización de la naturaleza” y que las supersticiones no hacen ley aunque su Dios amenace con eclipses, que ya no nos asustan. Mientras, el PSOE se aprovecha. Dagón era tan falso como el otro, pero los dos aún sirven para provocar y apostatar. Zapatero sobrevive acojonándonos con aquéllos que nos prohibían el baile agarrado, las chicas con beso de menta, el amor sin herencia y las pajas. Tiene la batalla ganada.
25 de mayo de 2009
Los días persiguiéndose: La furia de Sansón (21/05/2009)
Si se preguntan cómo es posible que Zapatero sobreviva a las pestes venecianas, al pan duro de las familias, a los desahucios, a las fábricas y coches parados guardados en aceite, no miren tanto el armario de Camps ni los bigotes de los corruptos: atiendan al acoso de flagelantes, dulcinistas (no queda claro si aquello se lo inventó Umberto Eco, pero sirve igual), puritanos, damas de Vetusta y caballeros de santa picha con gorguera. Y todavía dicen que no hay izquierdas ni derechas, que murieron las ideologías como murió el aciago siglo XX... Pero el PSOE sabe que cuando están moribundos basta con sacar los crucifijos cabeza abajo, la flor baudeleriana de la carne, la libertad que los otros llaman libertinaje, y esperar que les contraataquen con niños Jesús, con el feudalismo de las castas de ángeles y con el infierno de los calderos. Color de infierno tenían el otro día los que se fueron a Alcalá de los Gazules, cuna del Gran Clan, hogar de Bibiana Aído, la ministra de sus ovarios. Tienen todo el derecho a manifestarse o a pedir otro juicio del mono, como aquél de Tennessee, el que inspiró la película La herencia del viento; tienen todo el derecho a retratarse y a seguirle el juego a la progresía, que es justo lo que ésta pretende. Al PSOE le encanta cuando salen monjitas, obispos o viudas de notarios con asco de mariquitas, con víctimas de Herodes, con el método Ogino, con la familia de almanaque, con sus cosas “contra natura”, con su barbacoa de pecadores. Estos Cien Mil Hijos de San Luis les regalan los antagonistas que necesitan para hacer olvidar la crisis y el paro. Las antiguas banderas vuelven a sus trincheras, la caricatura de la derechona les hace sonreír en las encuestas.
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