Incluso este año que termina otra vez en fin del mundo, crecen las espigas de azúcar y de luz. España se doraba de nieve y se encendían las cascadas de las ciudades cuando los políticos con zurrón o con panal se reunieron como frente al precipicio de sus zapatos, a mirarse entre las agujas de diciembre, a ver congelarse los lagos que hay entre ellos, a oír el bosque de sus silencios crecer, crujir y caer como un solo tronco o témpano. Conferencia de presidentes autonómicos, portalito de Belén que va de entierro, palacio que el frío dejó sin techo. A ver qué milagro de la Navidad esperaban, qué música en los cristales, qué estrella para coger por su rizos. Ni España se monta como una mesa de un día ni va a nacer un coro de entre los ahorcados, los confiteros y los lobos que cada partido puso en la escalinata. Era la cena de los mendigos, de los opulentos, de los ciegos, de los cabreados, de los enemigos, de los sumisos, sopa y hambre de cada esquina de este país, con porcelana de embajada y cuchillos por el poder. A ver qué esperaban, ¿que volviera Dickens, que hablara un ángel, que los riachuelos se hicieran de plata, que se convirtieran los bueyes y las mulas? PSOE y PP ya no ven ni el mismo cielo desde sus montañas. Las casitas con sombrero de unos son tumbas descuajadas para los otros, los amaneceres traen harapos o traen arpas, la nieve se come o la nieve te esculpe el esqueleto. Es la Navidad del creyente contra la Navidad del desnudo. No sé qué podrían acordar juntos, ahora, los que viven en los nimbos y los que viven en las aceras, los de un mundo y los del mismo mundo volcado. El caso es que, mientras, el frío duele, los estanques se rajan, el sol se desmadeja y hay quienes, encima, protestan porque no se les aplaude, se les consiente o se les acuna.
“Lealtad institucional”, pedía Zapatero, ayudante de Santa Claus. O sea, que se suban todos a su trineo de campanillas y le firmen la postal. Chaves cantaba ese mismo villancico, como Bing Crosby, y Griñán, por su parte, parecía que sólo iba a llevarle a alguien las zapatillas. Eso sí debe de ser lealtad institucional, lo de Griñán, que por alimentar la chimenea mojada de Zapatero ha malvendido Andalucía por solares y ha apostado nuestro futuro al cuento de la “economía sostenible”, consintiendo la mentira de que eso nos dará la vuelta por decreto y por electroshock, llevándonos sin más de la ruralidad, la desindustrialización, la incultura y el desempleo a capitanear altísimas tecnologías transparentes. ¿Qué iba a exigir para Andalucía en esta conferencia el dócil Griñán, palomita zureante, querubín miradizo, pastorcillo con pandereta? Pero pedir esa lealtad, toda una traición, a la oposición, es demasiado hasta para Navidad.
Ni el invierno puede traer ahora la política del abrazo. Hay demasiados ahogados, víctimas, escombros, espinas, cenizas. No sé qué esperaba el Gobierno de esta conferencia. Quizá el amor de los renos de esta fecha, borrachos de anís y sirope; quizá un encuentro de las hadas que ellos se imaginan con las frutas que le están siempre por nacer; quizá el dulce de leche que pide esta época traído por todas las autonomías como ofrenda. Ahora que el cielo es un copa rota en el suelo, que la luz achampana las ciudades y les pone pone narices de ardilla, las postales que se pueden tocar son las más falsas. Que no pidan que la política se rinda a la Navidad. El fracaso no se puede tapar con ponche y calcetines. Deberían saber que en Navidad también están más solos los solos, y eso es lo que se han ganado.
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