31 de diciembre de 2009

Somos Zapping: Mil campanilleros y un crimen (27/12/2009)

Relente o moñas. Todos los villancicos de casete de caja de ahorros, todas las candeladas de cacharreros de carromato, toda esa religión granjera y cantante de los descampados, los potes y las mulillas iban empujándose de la tarde a la noche hasta aparecer de nuevo por el otro horizonte. La Nochebuena de Canal Sur parecía una fila interminable de arrieros que daba la vuelta al mundo. En otros lugares la Navidad viene con crooners, con trineo, con charol, pero a mí me sigue desconcertando que la Nochebuena andaluza tenga que venir al raso y con fogatas. Se diría que nos corresponde un mundo sin estufas y sin techos, una tierra indígena, un alma ambulante. ¿Por qué Andalucía es o se sueña todavía un campamento? La tarde de Nochebuena, Canal Sur había preparado un popurrí de toda su historia de villancicos al relente, abundante de patios con pavesas o de establos mal cerrados donde el niño Jesús parecía cocinado por un hambre y un frío atávicos. La otra opción, casi peor, los rodeaba de moñas en unos escenarios más saludables pero también más dolorosos estéticamente. Sólo se me ocurre describirlos diciendo que eran como si el decorador de la casa de Santa Claus, borracho de anís, hubiera montado una versión navideña de Las Vegas dentro de un salón versallesco. Dolían las luces y los colores como chinchetas en los ojos, y los pianos parecían cadillacs envueltos en su plástico. Con relente o con moñas, pues, una musiquilla de quinqué y abrevadero, flamencoide, cansina, polvoronera, amontonaba los almanaques de varias décadas de zambombadas canalsureñas. De vez en cuando prestaba atención a las letras, absurdas como las de las canciones de saltar a la comba, y tuve que concluir que no celebraban ni cristianismo ni paganismo, sino una alegría racial y latera que se bastaba a sí misma. Creo que todas las fiestas son aquí una sola, la de saludarnos y reconocernos como comanches en nuestras danzas, taparrabos y aullidos. El mes o el dulce que toquen son sólo la excusa.


Teatrillo. Mil veces habían sonado ya Los campanilleros, o así lo parecía, antes de que empezara la Nochebuena andaluza etiquetada como tal por Canal Sur. Indistinguible, en realidad, de lo anterior. Será la crisis, pero la mayoría de las actuaciones seguían saliendo de las latas más oxidadas y de los más oscuros pocijones del archivo de La Nuestra: una María del Monte que volvía a ser colegiala, un José Mercé como una vieja actuación de El Puma... Sólo los chavales de Se llama copla (tan baratos), y poco más, eran de esta añada, aunque igual de rancios. La única diferencia con la tarde panderetera fue el habitual teatrillo entremetido, otra vez esa jaula de monos, esa majadería manoteante, con el Linterna, Chiquito de la Calzada, Eduardo Bandera y algún chistoso de aquel frenopático de María del Monte salpicándose y rodando por el suelo. Era más que malo, más que ridículo: era criminal. Y eso que Eloy Botello había contado esta vez con la ayuda de un tal José Francisco Ortuño para el guión. Lo de estos guionistas es un misterio: imposible tener menos talento, menos gracia, menos imaginación. Es como si hubieran llegado a la televisión pública directamente tras ser abucheados en una función de guardería. Pero creo que si están ahí es porque dan la medida de lo que esperan del público, de lo que Canal Sur ha hecho calar en la audiencia: la riente estupidez satisfecha en lo vulgar y lo torpe. Esto, en Canal Sur, es lo que tiene asignado más personal. Este crimen es el que se lleva más ganas y presupuesto.


Eternidad. La Nochebuena, pues, ardió en Canal Sur como una herrería cíngara y hortera. Pero, sobre todo, me dí cuenta de que habían superado el refrito, la simple repetición, para alcanzar una pura eternidad teológica, esa simultaneidad del pasado, el presente y el futuro en una pella total y como parmenidiana. ¿Era la misma Nochebuena del año anterior, de hace cinco, diez años; era la de 2010 o la de 2020? No, era todas ellas, fuera ya de cualquier sucesividad temporal. Andalucía no tiene tiempo, eso es lo que quieren decirnos: todo lo que ocurre ya ocurrió exactamente igual y volverá a ocurrir, sin remedio. Vi, más allá de las cencerradas folclóricas del día, la verdadera condena de esta tierra: alguien le hizo ya la escultura definitiva a Andalucía y sólo queda contemplarla en continuo éxtasis. Nos enfrentamos más que al mal gusto o a la pobreza estética, nos enfrentamos a esa visión detenida, circular, invaginada, de lo eterno, de lo inmutable. Da igual que lo hagan con la Navidad o con la política. Nos han parado de una manera rotunda y metafísica.

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