Teatrillo. Mil veces habían sonado ya Los campanilleros, o así lo parecía, antes de que empezara la Nochebuena andaluza etiquetada como tal por Canal Sur. Indistinguible, en realidad, de lo anterior. Será la crisis, pero la mayoría de las actuaciones seguían saliendo de las latas más oxidadas y de los más oscuros pocijones del archivo de La Nuestra: una María del Monte que volvía a ser colegiala, un José Mercé como una vieja actuación de El Puma... Sólo los chavales de Se llama copla (tan baratos), y poco más, eran de esta añada, aunque igual de rancios. La única diferencia con la tarde panderetera fue el habitual teatrillo entremetido, otra vez esa jaula de monos, esa majadería manoteante, con el Linterna, Chiquito de la Calzada, Eduardo Bandera y algún chistoso de aquel frenopático de María del Monte salpicándose y rodando por el suelo. Era más que malo, más que ridículo: era criminal. Y eso que Eloy Botello había contado esta vez con la ayuda de un tal José Francisco Ortuño para el guión. Lo de estos guionistas es un misterio: imposible tener menos talento, menos gracia, menos imaginación. Es como si hubieran llegado a la televisión pública directamente tras ser abucheados en una función de guardería. Pero creo que si están ahí es porque dan la medida de lo que esperan del público, de lo que Canal Sur ha hecho calar en la audiencia: la riente estupidez satisfecha en lo vulgar y lo torpe. Esto, en Canal Sur, es lo que tiene asignado más personal. Este crimen es el que se lleva más ganas y presupuesto.
Eternidad. La Nochebuena, pues, ardió en Canal Sur como una herrería cíngara y hortera. Pero, sobre todo, me dí cuenta de que habían superado el refrito, la simple repetición, para alcanzar una pura eternidad teológica, esa simultaneidad del pasado, el presente y el futuro en una pella total y como parmenidiana. ¿Era la misma Nochebuena del año anterior, de hace cinco, diez años; era la de 2010 o la de 2020? No, era todas ellas, fuera ya de cualquier sucesividad temporal. Andalucía no tiene tiempo, eso es lo que quieren decirnos: todo lo que ocurre ya ocurrió exactamente igual y volverá a ocurrir, sin remedio. Vi, más allá de las cencerradas folclóricas del día, la verdadera condena de esta tierra: alguien le hizo ya la escultura definitiva a Andalucía y sólo queda contemplarla en continuo éxtasis. Nos enfrentamos más que al mal gusto o a la pobreza estética, nos enfrentamos a esa visión detenida, circular, invaginada, de lo eterno, de lo inmutable. Da igual que lo hagan con la Navidad o con la política. Nos han parado de una manera rotunda y metafísica.
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