21 de diciembre de 2009

Los días persiguiéndose: Malos hijos (3/12/2009)

Me gusta ver los periódicos en el kiosco, mirándose de reojo, pegándose codazos, apuntándose con el dedo. Me gusta que tengan filos y dientes, que se nieguen los unos a los otros, que uno amargue y el de al lado acompañe y que al tipo que está detrás le pase lo contrario que a mí. El día en que los periódicos amanezcan diciendo lo mismo habrá que salir corriendo, porque detrás vendrán todos los demás desfiles, mordazas, jaurías y botafumeiros de una Verdad que sólo será crimen. En Cataluña casi ha pasado. Doce periódicos, el mismo editorial. De vez en cuando, algunos encuentran esa Verdad que debe servir para todos y entonces ya no hay opiniones o disensiones o ideologías, sino un Pueblo, clan o clase iluminados en su camino y en su destino frente a enemigos de esa Verdad con categoría de demonios. Da igual que esa Verdad sea proclamada por generalones o por la turba; en nombre de razas, naciones o estamentos. Lo que sigue siempre es lo mismo: el desastre y la muerte de la libertad con un estruendoso aplauso. Entiendo que los políticos interesados y las castas vencedoras se feliciten. Que la profesión periodística se sume de esta manera tan dócil, me resulta más difícil de comprender, salvo que todo allí esté ya podrido. La unanimidad no sólo es sospechosa, usualmente también es criminal. Sólo hay algo peor que prohibir pensar: dictar o acordar lo que se “debe” pensar. Ya han llegado a eso, y lo celebran.

Que otros definan las naciones o las patrias, bastante tengo yo con intentar comprender lo que soy como simple ser humano. Pero eso sí, si alguien tiene que definirme, seré yo; que nadie me meta en su castillo, me envuelva con sus banderas o me diga lo que soy o cómo debo serlo. Soy ciudadano de una ley, pero no de un sentimiento, un mito, una guerra ni un negocio. Supongo que en Cataluña también habrá gente como yo. Serán malos catalanes, o anticatalanes, o no-catalanes, o no suficientemente catalanes, según esta mayoría que tan homogéneamente se ha expresado. ¿Soy yo andaluz? Sí, puesto que en esto que llaman Andalucía nací. ¿Soy mal andaluz, soy andaluz a medias, podría ser más andaluz? No, porque a “ser andaluz”, como a “ser catalán”, sólo se puede contestar sanamente sí o no. Si una patria me adjetiva, me está invadiendo, coaccionando, aplastando, mutilando. Entiendo que alguien quiera una patria. Será que le faltan otros adjetivos. Entiendo que alguien quiera ser los demás. Yo me conformo con ser yo. ¿Que las naciones tienen derechos, “dignidad” como decían aquéllos? Yo digo que las que tienen derechos y dignidad son las personas. Y el primer derecho y dignidad es la libertad. No hay libertad cuando se exige uniformidad, ortodoxia, sumisión a la mayoría y cédulas de idoneidad para las opiniones. Las tierras y sus gentes no son una ideología, un partido, un dinero, una voz, una afiliación, una Biblia que haya que besar. Enemigos del Pueblo, de las “instituciones” y de la historia; malos andaluces, malos catalanes y malos hijos, rebeldes y apátridas, benditos sean porque representan la esperanza de la libertad ante el totalitarismo. Que se reúnan 12 ó 100 periódicos, que digan al unísono que son nación o esencia o Verdad y nos tiren a la cabeza sus mandamientos y multitudes. Bastará un dedo para negarlos. Alguien que diga, simplemente, “no sois yo, no soy vosotros; hablad por vuestras ideologías, infantilismos, intereses o demonios, pero no metedme ni echadme de vuestro país, familia o secta”. Alguien que diga “habéis perdido, como siempre; yo, que reniego, soy la prueba”.

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