21 de diciembre de 2009

Somos Zapping: Poni sobre poni (13/12/2009)

Infancia. La cercanía de la Navidad parece que le pone a todo en televisión unos ruidosos patines. O será este catarro o gripe que sufro, que me ha metido como una pecera en la cabeza. El caso es que, si ciertos programas son ya molestos, ahora que se le añaden campanillas, caramelo, acémilas y panderos, no digamos. Uno de los programas a los que temo en esta época es Menuda noche, que ya es todo el año un belén viviente, una peli de cachorritos, una calceta para abuelos y una función de fin de trimestre para padres, con lo que llegan a diciembre con todo el merengue, la temática y el menaje de la Navidad agotados. Tienen pues, que echar mano de la hipérbole, de la sobreexposición o de la recursividad, y meter un ternurismo montado sobre otro como un poni encima de otro poni. Me di cuenta el otro día cuando me encontré a Juan y Medio y a sus chiquillos en una especie de telemaratón a beneficio de Unicef. No entro yo en lo justo y loable de la causa, aunque habría mucho que decir sobre la efectividad real de estas iniciativas y la afectación, intereses y lateralidades que suelen acompañar a estos alardes de aparente buenismo (la solidaridad con jactancia y anunciantes pierde mucho). No, yo me quedo en lo puramente televisivo, y a este respecto resulta triste comprobar que sólo un niño muriéndose por ahí puede ganar a otro contando chistes aquí. Tan triste como ver defender la causa de la infancia a un programa que explota a los niños, que los convierte en monitos, que los prepara para ser graciosos oficiales, pequeños buenos andaluces, tan amenos, castizos e inofensivos. ¿No se queja Unicef?


Hazmerreír. Me escribe un lector a propósito de Toros para todos, programa “risible” que él llama “toros para tontos”. “¿No vamos a tener detractores en la Fiesta si somos el hazmerreír de los propios taurinos?”, dice. Tengo con la tauromaquia sensaciones estéticas y éticas contradictorias, pero al menos uno le suponía cierta seriedad y gravedad a ese mundo, como si los toreros fueran todavía un poco samuráis. Alrededor de los mitos de la lucha y la muerte, de la fuerza y la sangre, del héroe en su precipicio y del dragón en su caverna, se puede hacer y decir mucho, pero nadie había sido capaz de convertir eso en Barrio Sésamo hasta que llegó Enrique Romero y su taurinismo de cropán. Él nos trae toritos de felpa, infantilismo agropecuario, musicales de molineras, maternidades de vacas, tauromaquia de playita, risitas de tobogán y una suma de ridiculeces, tontadas y medio borracheras que ya les van pareciendo insoportables hasta a los propios aficionados. Sus aventuras en el plató son como convidadas en una caseta de feria y sus reportajes de costumbrismo de dehesa rozan no ya la idiotez, sino la patología. Si recuerdan aquella historia de amor entre un toro y una yegua, el otro día nos ilustraron con las tiernas imágenes de un jabalí “adoptado” por una vaca brava. Ea, ya creo que forman la familia perfecta: el toro, la yegua, el jabalí y el propio Enrique Romero; una familia de circo o de manicomio en justa correspondencia con el programita. No me extraña que sientan vergüenza los taurinos. El toro y el toreo eran otra cosa en Andalucía. Gracias a Enrique Romero, ahora son tareas de payaso y fantasías de Disney. Él creo que peina a los toritos como a ponis.


Logo. Lo he visto en Tododeporte, pero se lo recomiendo a Canal Sur entero, sería más sincero y real: entrevistaban a un tirador de arco o algo así y el micrófono tenía directamente el logotipo de la Junta de Andalucía. Para qué cortarse.

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