Hazmerreír. Me escribe un lector a propósito de Toros para todos, programa “risible” que él llama “toros para tontos”. “¿No vamos a tener detractores en la Fiesta si somos el hazmerreír de los propios taurinos?”, dice. Tengo con la tauromaquia sensaciones estéticas y éticas contradictorias, pero al menos uno le suponía cierta seriedad y gravedad a ese mundo, como si los toreros fueran todavía un poco samuráis. Alrededor de los mitos de la lucha y la muerte, de la fuerza y la sangre, del héroe en su precipicio y del dragón en su caverna, se puede hacer y decir mucho, pero nadie había sido capaz de convertir eso en Barrio Sésamo hasta que llegó Enrique Romero y su taurinismo de cropán. Él nos trae toritos de felpa, infantilismo agropecuario, musicales de molineras, maternidades de vacas, tauromaquia de playita, risitas de tobogán y una suma de ridiculeces, tontadas y medio borracheras que ya les van pareciendo insoportables hasta a los propios aficionados. Sus aventuras en el plató son como convidadas en una caseta de feria y sus reportajes de costumbrismo de dehesa rozan no ya la idiotez, sino la patología. Si recuerdan aquella historia de amor entre un toro y una yegua, el otro día nos ilustraron con las tiernas imágenes de un jabalí “adoptado” por una vaca brava. Ea, ya creo que forman la familia perfecta: el toro, la yegua, el jabalí y el propio Enrique Romero; una familia de circo o de manicomio en justa correspondencia con el programita. No me extraña que sientan vergüenza los taurinos. El toro y el toreo eran otra cosa en Andalucía. Gracias a Enrique Romero, ahora son tareas de payaso y fantasías de Disney. Él creo que peina a los toritos como a ponis.
Logo. Lo he visto en Tododeporte, pero se lo recomiendo a Canal Sur entero, sería más sincero y real: entrevistaban a un tirador de arco o algo así y el micrófono tenía directamente el logotipo de la Junta de Andalucía. Para qué cortarse.
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