Zapatero, presidente de turno, “capitán de madera, capitán sin bandera” como decía la canción, calienta un sillón de paja en esta Europa de oficiantes, mecanógrafos y solarios. No hay realmente nada que presidir en esta estructura diluida por la “codecisión”, el prorrateo, el equilibrismo y la burocracia, sino sólo ejercer de anfitrión para los empujones más o menos civilizados de los países. Pero si Zapatero ha llegado a presidir el viento, la conjunción de los planetas, las civilizaciones con todos sus gorros, la oceanografía de lo verde y la economía de los agujeros, esta Unión Europea, hecha de espejos, debe de parecerle lo más sólido que ha tenido entre las manos últimamente. Alemania le tira de las alas con el asunto del seco dinero, la prensa internacional lo retrata junto a peluches con ojos de botón como Mr. Bean, pero este Zapatero enamorado siempre de las sirenas que no hay ha cogido las espadas carolingias y las estrellas en el pelo de Europa y nos hará su parodia de estadista desparramado hasta los Urales. Y algo de esta gracia, algo de esta majestad, le tocará a Andalucía. De momento, Sevilla aportará desde hoy chorros mozárabes a una reunión de ministros de Energía y Medio Ambiente. Y ayer, la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega habló con Griñán en la Casa Rosa para traerle embajadas del nuevo liderazgo europeo. Ya están haciendo de extranjeros ellos mismos, multiplicados, desdoblados o redundantes. Seguro que Griñán, otro capitán de madera, también se sentirá internacionalizado por estos efluvios europeístas que vienen de una paisana. Europa no se construirá ni más ni menos con Zapatero, que sólo puede aportar suspiros y mala sombra. Los andaluces tampoco nos haremos cosmopolitas ni imperiales ni lujosos porque nos roce un pico prestado del azul bruselense. Conoceremos bien aquí a estos capitanes de madera...
15 de enero de 2010
Los días persiguiéndose: Capitán de madera (14/01/2010)
Europa se busca entre las nieves de las guerras y las barbas de los filósofos desde que una pequeña aldea del Lacio la compuso sumando Derecho y generales a Grecia. Roma no terminó ardiendo como el Valhalla, es falso ese mito de unos greñudos nibelungos arrasándola desde las cavernas. Esos bárbaros, ya romanizados y con toga, respetaban el nombre y la magia del Imperio y no querían ser hunos, sino nuevos césares y ciudadanos. Las dinastías godas, con padres e hijos matándose, trocearon luego el Imperio en haciendas que ahora llamamos naciones, pero Roma quedó ahí tan presente e invencible que todavía queremos volver a ser ella. La Unión Europea es este deseo, pero peleándose y equivocándose como los godos. En Bruselas se siguen reuniendo bárbaros de cada familia de la Historia, aunque con modales de embajada. Cada nación pone su linaje, sus runas y su patada en un constructo que carece de unidad, de intención, de instituciones verdaderamente políticas, representativas y fuertes: un Parlamento que no legisla, una Comisión compuesta por comensales, un Consejo como una reunión de tribus vigilándose, una Presidencia llevada a medias entre un burócrata con demasiados dueños y un país aguardando turno para los desfiles... La Unión Europea es un caos. Han puesto los palacios, las orquestas y los retablos antes que la idea. Europa intenta hacerse poco a poco desde el tejado y así es normal que todo se vaya cayendo. Quizá no hay otra forma, no sé. Pero, al menos, que no se nos vistan ahora de armiño y de Carlomagno los que han llegado, cuando la ruleta giró, a poco más que tocar la trompeta en este baile de cancillería.
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