
En Granada, donde uno sólo ha visto en realidad esa religión del cielo en sus espejos, siguen afanes de moros y cristianos, pero lo más curioso es que sin moros y sin cristianos. Al menos, sin aquellos moros y aquellos cristianos. Esto es fundamental. Se habla de la “herencia cristiana” sin más, contando y juntando igual a las primeras comunidades, a la revolución de Saulo, a lo que luego vino con Constantino y Nicea, a Santo Tomás, a la oscuridad medieval, a los guerreros de la Reconquista más del hambre y la tierra que de la cruz, al Santo Oficio, a la Reforma y la Contrarreforma, al Concilio Vaticano II y al ecumenismo, como si fuera la misma cosa, como si el cristianismo no hubiera sido moldeado por otras fuerzas paralelas de la Historia y el pensamiento. Y cuando hablamos de moros o musulmanes, ¿son los almohades, los Omeyas de Damasco o de Córdoba, los nazaríes de Granada, los algebristas, los chiíes, los suníes, los wahabistas, los ayatolás, los manteros, los ahogados de las pateras, los terroristas de Al Qaeda? Así pues, ¿quiénes se enfrentan ahora en Granada y por qué herencias o revanchas?¿Se celebra un año, lo que ya era antes de ese año, lo que vino después, lo presente o lo futuro? ¿Se equivocan en Granada los fachas de Enciclopedia Álvarez, la izquierda andalusí de tetería, los católicos tibios o reivindicantes, los simples festeros? Yo diría que todos. Seguimos echando a pelear a la Historia, buscando al enemigo ya enterrado y al hermano de armas muerto en otro siglo. Y mientras, el verdadero adversario, el fanatismo, la injusticia, la falta de libertad, está ahí muy disperso y escondido, sin uniformes emplumados ni pabellones que lo distingan. Cruces y alfanjes, marinas de la Historia, batallas que se quieren ganar o equilibrar a destiempo, orgullo de los que no han hecho nada. Eso trae fiesta y tradición. Pero nadie celebra la única herencia (inacabada) de la Historia que merece la pena: la civilización en contraposición a la barbarie. Quizá es que no es tan fácil encontrar ese bando.
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