En Granada, donde uno sólo ha visto en realidad esa religión del cielo en sus espejos, siguen afanes de moros y cristianos, pero lo más curioso es que sin moros y sin cristianos. Al menos, sin aquellos moros y aquellos cristianos. Esto es fundamental. Se habla de la “herencia cristiana” sin más, contando y juntando igual a las primeras comunidades, a la revolución de Saulo, a lo que luego vino con Constantino y Nicea, a Santo Tomás, a la oscuridad medieval, a los guerreros de la Reconquista más del hambre y la tierra que de la cruz, al Santo Oficio, a la Reforma y la Contrarreforma, al Concilio Vaticano II y al ecumenismo, como si fuera la misma cosa, como si el cristianismo no hubiera sido moldeado por otras fuerzas paralelas de la Historia y el pensamiento. Y cuando hablamos de moros o musulmanes, ¿son los almohades, los Omeyas de Damasco o de Córdoba, los nazaríes de Granada, los algebristas, los chiíes, los suníes, los wahabistas, los ayatolás, los manteros, los ahogados de las pateras, los terroristas de Al Qaeda? Así pues, ¿quiénes se enfrentan ahora en Granada y por qué herencias o revanchas?¿Se celebra un año, lo que ya era antes de ese año, lo que vino después, lo presente o lo futuro? ¿Se equivocan en Granada los fachas de Enciclopedia Álvarez, la izquierda andalusí de tetería, los católicos tibios o reivindicantes, los simples festeros? Yo diría que todos. Seguimos echando a pelear a la Historia, buscando al enemigo ya enterrado y al hermano de armas muerto en otro siglo. Y mientras, el verdadero adversario, el fanatismo, la injusticia, la falta de libertad, está ahí muy disperso y escondido, sin uniformes emplumados ni pabellones que lo distingan. Cruces y alfanjes, marinas de la Historia, batallas que se quieren ganar o equilibrar a destiempo, orgullo de los que no han hecho nada. Eso trae fiesta y tradición. Pero nadie celebra la única herencia (inacabada) de la Historia que merece la pena: la civilización en contraposición a la barbarie. Quizá es que no es tan fácil encontrar ese bando.
11 de enero de 2010
Los días persiguiéndose: Moros y cristianos (4/01/2010)
La Historia debería dejarnos enseñanzas, pero parece que sólo deja herederos. Se reclaman, reviven y sentimentalizan las herencias de un pastor, de un árbol, de un rey, de una piedra, de un buque, de un libro, de un tumulto, de una matanza, que existieron hace mucho o ni siquiera existieron, y con eso se forjan orondas identidades, patrias y verbenas. Hay quien vive todavía con los godos, los nazaríes, los Austrias o los bolcheviques, sin haber ya ni godos ni nazaríes ni Austrias ni bolcheviques; hay quien vuelve a montar en galeón, a tener un Imperio, a rendir un castillo o a hacer una revolución, sin que nada de eso sea ya posible. Una orfandad de glorias y de homogeneidad parece calar en ciertas personas que no se preocupan de “ser-ahora”, “poder ser” o “llegar a ser” por ellas mismas, sino sobre todo de “ser-entonces”, “haber sido”, o “continuar siendo”, siempre junto a otros huérfanos que lo son menos al formar clan, nación, etnia, religión o cualquier otro grupo escogido por sentimiento, arbitrariedad, cercanía, afinidad o interés. Lo malo de la Historia así mirada es que proporciona esencia y justificación para cualquier cosa, una patria, una guerra, una secta, un enemigo. Escojan su fundador, su pendón, su “herencia”, y lo demás (cultura, identidad, pensamiento, fechas, compañeros y adversarios) vendrá sin que uno tenga que hacer nada. Podremos hacer nuestra cualquier hazaña o canallada ajena, pasada, existente o inventada. Es tremendamente cómodo, empobrecedor y triste.
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