11 de enero de 2010

Los días persiguiéndose: Zeitgeist (6/01/2010)

La noche de Reyes, que tiene barbas de dulce, unos amigos nos regalaron peonzas, tirachinas, trompos, boliches, cromos, elásticos de saltar, todo oliendo como a tiza o a delantal de madre. De la madera viva, de la arena en las manos, de ese peso en los bolsillos que teníamos de niños, cuando jugábamos con lo mismo que los gatos, ya no queda nada. Pero durante un rato, volvimos a ir un poco tras los nidos, los chorros de agua, las niñas de las monjas, lo que rodaba por las cuestas y los tejados, que quizá la infancia es eso, correr tras todo lo que rueda, vuela o gira. No soy de esos sentimentales a los que ataca una añoranza del quinqué o el tintero, esa nostalgia como ferroviaria a la que le da calambre todo lo moderno. Siempre me gustaron los últimos cacharros tecnológicos y ya voy coleccionando tantos accesorios para la Wii como ajedreces en los cajones. Quizá por eso, en esta noche de Reyes, con las manos por el suelo o entre cintas igual que los chiquillos, me di cuenta de cómo cambiaba el mundo siempre un poco por delante de nosotros, de nuestros juguetes, armarios, convenciones, artefactos, morales e incluso dioses.

El Zeitgeist, el “espíritu de la época”, es eso que va cambiando la moralidad, el arte, el gusto, los vestidos, no sabemos empujado por qué. Si ahora nos naciera un Julio César o un Alejandro, ¿no lo llamaríamos tirano genocida? En su Zeitgeist, sin embargo, eran héroes y gigantes de la Historia dispuestos para los mosaicos. A gente liberal en su época, como Lincoln, no podríamos ahora sino tacharlos de misóginos y racistas (“no estoy ni he estado nunca a favor de la igualdad social y política de blancos y negros”, llegó a decir). Un Zeitgeist a veces dura siglos, imperios, y otras veces se va en una década. En este sentido, nuestro Zeitgeist ha cambiado tan rápido como yo he sustituido la pequeña China de mis gusanos de seda por mi consola. Basta ver cómo han evolucionado en 20 ó 30 años nuestras convenciones sobre la mujer, las otras razas, los gays y lesbianas, el medio ambiente, la sexualidad o sensualidad... Ni siquiera vemos el hecho de fumar igual que hace poco. El mundo va más rápido que nuestra edad, nuestros trenecitos y nuestros prejuicios. Habría que retocar la teoría de las generaciones de Ortega porque nos volvemos viejos, protestones o extraños demasiado pronto. Y este vértigo, que define nuestro tiempo, causa aún muchos conflictos. Quiero pensar que estos cambios son para bien, aunque la idea de progreso continuo es un romanticismo muy dudoso y frágil. Hay picos y valles (bien nos lo enseñó el aciago siglo XX), y habrá que dejar que la dialéctica de la Historia los amortigüe para verlos en la escala adecuada. Mientras, el cambio y la reacción al cambio nos atropellan, nos descolocan y nos afligen. Creo que la violencia machista contra la mujer, por ejemplo, aún está en medio de este oleaje, y el caso del juez Serrano lo demuestra. A veces una aspiración justa produce injusticias, a veces esas injusticias se usan para negar la justa aspiración, a veces hay gente equivocada en los dos lados por la velocidad de todo lo que nos pasa. Aquel Zeitgeist que duraba toda una dinastía o toda una Biblia ya no es posible. Nuestro Zeitgeist es el cambio y su zozobra. Esperemos que, aun entre bandazos, sepamos mantener un rumbo hacia el bien y la libertad. Que el tiempo, como yo con mis juguetes, acomode en paz su madera con su metal.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nadie está luchando contra la justa aspiración de erradicar la llamada violencia de género, aunque prefiero erradicar cualquier forma de violencia, por cierto.

Ni tampoco el problema es que haya mujeres que estén abusando de la ley, que las hay y muchas. No vamos a descubrir ahora que hay gente que tiene malas intenciones. Lo grave es que la ley lo permite abiertamente, sin ningún rubor. Estima que el hombre debe ser tratado con más dureza que una mujer que cometa el mismo acto porque el hombre, dice, siempre que ejerce violencia lo hace como manifestación de dominación sobre la mujer. Chúpate esa. Y de acuerdo a eso, se le sanciona más duramente.

Es la ley misma la que es injusta, no las mujeres que actúan según ella. La ley está para parar injusticias. Pero en este caso, no es un descuido legal que deja agujeros abiertos, sino una manifestación clara y evidente de trato desigual.

La verdad es que ya vale de ser ignorantes o mentirosos. Los ignorantes porque hablan sin saber, a remolque de los mentirosos, que mienten a sabiendas. Hasta el punto de que quien habla de esta injusticia es tachado de portavoz de maltratadores, cavernícola machista, y con contestaciones de todo tipo que nada tienen que ver con el tema en cuestión. Y ya digo, unos por ignorancia u otros por mentir descaradamente.