15 de abril de 2010

Los días persiguiéndose: El republicano solo (15/04/2010)

Escribo el 14 de abril con un viento en la calle que parece el de todas las banderas de la historia, que no se para. No soy de los republicanos nostálgicos, anticuarios, santeros, con la II República como una Virgen de Lourdes fluorescente. Entre la República que soñó Ortega y la de las facciones fratricidas de camisas y pistolas que vino luego hay demasiados hombres y caballos muertos para que una idealización romántica de aquello me resulte siquiera decente. Algún icono conservo, evocador pero siempre un poco espeluznante, como los exvotos, para recordarme que los ideales más bellos pueden resultar fallidos y que todo puede pudrirse cuando hay fanatismo, odio y revancha. Aquella República en medio de una Europa en plena crisis de la democracia liberal, esa Europa anidada por el fascismo y el comunismo, y en una España además sin tradición democrática, quizá estaba condenada al fracaso. Nos faltaba madurez y nos sobraban tripas. Aquello tuvo encanto, belleza, locura, prisas, injusticias y tragedia, como ocurre en la juventud de todas las cosas. Pero no fue una Edad de Oro, no es el Paraíso perdido. Fue un amago inspirador, pero no llega a servirme como Patria a la que volver, a la que acunar ni a la que rezar.

Yo no me opongo a la Monarquía por melancolía de nada, y tampoco por los nombres, las dinastías, los hechos de familia, como Barroso. Barroso se enfrenta al Borbón como a un rey malo, lo que deja espacio y legitimidad para reyes buenos. Se encara con el Rey de manera muy parecida a como lo haría un monárquico descontento, un criado suyo despechado u otro litigante por la Corona. Barroso es pendenciero y faltón, pero tan mitológico como los juancarlistas, en el fondo. Él pertenece a esa izquierda de descabalgar príncipes y arrasar palacios, una izquierda saboteadora que necesita el retrato en llamas de un zar con su zarina porque, si no, no sabe contra qué luchar. A mí no me importa el Rey sino la Monarquía, no me importa su persona sino su símbolo. Yo siempre digo que la Monarquía, por muy parlamentaria que sea, es una democracia con padre, y eso significa reconocer nuestra niñez política, que somos todos hijos que deben atender a los sermones, los guantazos, la guía, el modelo, la protección, el arbitraje, la tutela de una figura sin más mérito que haber heredado esa potestad por las casualidades de la historia y sus alcobas. Y esa superstición no me cuadra con ser ciudadanos adultos, libres, iguales y dueños de nuestro futuro. Aunque suele usarse mucho, ese patrocinio de la Monarquía en la transición a la democracia o en su consolidación no sólo no me parece un argumento a su favor, sino al contrario: reafirma la idea de que existe esa magia personal que permite reconducir un país en un sentido u otro, con bendecida arbitrariedad. No porque el brujo de la tribu pare una guerra vamos a decir que es bueno tener un brujo con el poder de decidir en tan graves asuntos.

Sí, yo soy republicano, pero sin un republicanismo al que mirar. El republicanismo español aún es nostalgia y fetichismo como de una novia muerta en su boda, y venganza de esa muerte. Aún identifica un sistema con su particular ideología y, lo que es más grave, aún ignora lo que es la “cosa pública”. Por eso esta izquierda de herrería hace que sus ayuntamientos, que representan a todos los ciudadanos, no a su partido, pidan la República, demostrando irónicamente que no saben lo que es. No, no soy de los republicanos con morriña ni con cuentas. Por eso el 14 de abril estaba un poco solo y espantado ante el viento de las banderas como el de antiguos cañonazos.

2 comentarios:

La voz dijo...

Yo sólo de pensar que en éste país Chaves, Zarrías, Carmen Calvo, Celia Villalobos, Mandatela Álvarez o cualquier paleto pueda llegar a la presidencia de una supuesta república me pone los nervios de punta. Prefiero, eso sí, la República de Austria a la monarquía marroquí, igual que me decanto por la monarquía española que por la república bolivariana del gorila Chaves. Incluso admiro las monarquías nórdicas en contraste con cualquier comunidad autónoma de pacotilla- pongamos por caso la república bananera de Andalucía- Lo que importa es el contenido, señor Fuentes, y no el envoltorio.

Anónimo dijo...

A mí me pasa algo parecido, pero con Aznar, Esperanza Aguirre, el señorito Arenas, Soraya y demás ralea: Se me ponen los pelos como escarpias de pensar en la posibilidad de que estos personajes pudieran llegar a la más alta magistratura de cualquier estado. Aún así, sigo siendo republicano y coincido en casi todo con lo que dice Luis en su post. Un saludo tricolor.