El plan tiene “desafíos” y “medidas” que quedan como versículos de la misma antigua creencia, porque su vaporosidad no revoca nada de esa aciaga pedagogía basada en la flojera y el igualitarismo por abajo, que es donde nacen todos los problemas. Ya nos lo dice con rotunda intención, pudriéndolo todo, el primer “desafío”, que llama a “universalizar el éxito escolar”. Pero me temo que el éxito o el fracaso dependen en última instancia de la capacidad y el esfuerzo de cada uno. El sistema lo que debe hacer es proporcionar una enseñanza de calidad (en contenidos y medios) y asegurar la igualdad de oportunidades de los alumnos, pero el “éxito” del cazurro o del vago, ¿cómo lo van a “universalizar”? ¿Regalando títulos? ¿Bajando el nivel hasta que ni el más zopenco pueda suspender? El segundo reto suena mejor, “respaldo y reconocimiento” para el profesorado. Pero, ¿cómo se concilia esto con el comisariado político de los directores, la dictadura de los gamberros y el chantaje que supone tener que cumplir el primer “desafío”? El tercero quiere “implicar a las familias”, aunque no sé si eso significa que cuando venga el padre cabreado por el suspenso del niño y le recuerde al profesor lo del “éxito universal” tendrá que aprobarlo. El cuarto desafío nos mete en el espejito mágico de la “economía sostenible”. Bien, pero a ver cómo se consigue que de ese dulce ambiente de éxito académico por decreto salgan magníficos ingenieros aeronáuticos o biólogos moleculares. ¿O los limpiadores de piscinas y los conductores de burros también entran en esa economía sostenible? El último es un rezo comunal, la “implicación de la sociedad” en los “desafíos educativos”, que a lo mejor consiste en que todos digamos que lo anterior está muy bien y no caigamos “en el desencanto y el derrotismo”, como dijo Griñán. O sea, que nadie se atreva a criticar que este maquillaje y estas salmodias no corrigen los fallos fundamentales del sistema.
No, no cambian la filosofía de la educación, sino que le echan el dobladillo para que su ruina no asome las canillas. Sólo tienen una palabra, inflada en muchos retruécanos, suspiros y perifollos. Una palabra digna, esfuerzo, que en este plan parece que sólo se refiere a su tarea fatigosa de enterrar el mismo fracaso más hondo y bajo más lindas amapolas, mientras se caen las aulas, enflaquecen los profesores, muere el mérito y el “éxito universal” lo que nos dice es que ese éxito no vale nada.
2 comentarios:
A estas alturas de la película, con lo negro y corrompido que esta todo, yo creo que lo primero en lo que deberíamos centrarnos es en formar a PERSONAS. Luego ya iremos a la formación de PROFESIONALES, pero lo primero son los valores.
Y los valores son la libertad bien entendida (no hacer lo que te dé la gana, sin respetar la libertad del otro), la tolerancia (pero sin tolerar al intolerante), el mérito (sin colegueos, sin amiguismos, sin cuotas estúpidas del 50% en nombre de no se qué "discriminación positiva" que por muy positiva que sea va a seguir siendo discriminación) y la solidaridad (la que sale de dentro, la que te implica, sin la hipócrita frase de "aquí tienes tu casa" cuando el que la pronuncia sabe que no es verdad).
Y cuando consigamos estas mimbres, cuando nos disciplinemos todos y sepamos dónde estamos, entonces conseguiremos lo segundo: PROFESIONALES. En fin Luis... Tú ya sabes que soy un utópico.
¿Que le ha pasado al artista? ¿Ya no publica El Mundo sus columnas? Hoy no ha aparecido nada.
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