26 de abril de 2010

Somos Zapping: La consejera enviada por la Virgen (26/04/2010)

Feria eterna. Lo avisaba Modesto Barragán, al que por cierto dirigir y presentar Andalucía directo le acentúa ese aire que ha tenido siempre de animador turístico o de posadero jefe de esta tierra, exhibiendo como chacina nuestro casticismo. Lo avisaba pero no hacía falta: se iban a ocupar “con detalle” de la Feria de Abril de Sevilla, “lo mismo que haremos cuando lleguen los Patios de Córdoba, el Rocío de Huelva o cuantos acontecimientos lo merezcan en Andalucía”. Eso se ya se sabía: que los acontecimientos en Andalucía se reducen a esa mudanza de un sarao a otro, esa ristra de verbenas y ese collar melonero de fiestas todas con parecidos arremangamientos, hervores de gentío y devoción amontonada; que Canal Sur vive eternamente en esa feria global de ser andaluz, con sus trajes que han criado costra, fauna y flora en la piel del pueblo. Ahora, sí, vemos a un reportera bailando sevillanas sin soltar el micrófono “en una caseta de postín”, pero ¿no llevan todo el año dando las mismas vueltas, taconeando enfierecidos, derramándose vino sobre la melena, besando a jacas, enrejando morenas o Cristos, adorando hogueras o bodegones y vistiendo novias, gitanas o molineras? Canal Sur en feria, en Navidad o en Semana Santa, en verano o en invierno, es el mismo escaparate de suvenires, y a mí me cuesta trabajo distinguir los meses y las fiestas cuando están ahí sin descanso la copla, el fandangueo, las cabalgatas y balcones de la raza, las guitarras colgadas a nuestro costado como jamones de pobre, la gente que siempre canta lo mismo en belenes, casapuertas, mayos, romerías, casetas o descampados. Todo el año en Canal Sur es como un Xacobeo del folclore. ¿Se han fijado ustedes por ejemplo en Menuda noche? Suelen hacer programas temáticos y no sólo los he visto dedicados al Rocío o a la Feria de Sevilla (esta semana, con María del Monte, fue como si nos visitara después de mucho tiempo la suegra con sus fiambreras). No, también los he visto dedicados a la “ciencia”, con los chiquillos con bata blanca; o al “arte”, con esos mismos chiquillos como después de haberse merendado la paleta de un pintor parisino... Pero es igual, luego salen siempre Ecos del Rocío, o Las Carlotas, o ese Mani que parece que ha puesto allí su confitería. Para homenajear a la ciencia sacan sevillanistas y para glosar la pintura, rumbas... Sí, no hay otra cosa que ofrecer. Aquí sólo tenemos el color de los lunares y el domingo en estampida del pueblo, que es siempre el mismo, cojan el día, el santo o la fiesta que cojan.


El Reino de Canal Sur. Gente trepadora por sus riscos y sus éxtasis, hombres con peto templario enamorados de una parihuela, una Virgen que es una vecina con la que se habla, una retransmisión de Canal Sur que parece hecha por frailes... Me encuentro el domingo con que Canal Sur se ha arrodillado ante una montaña, se ha ungido de ese cristianismo pagano tan al uso aquí y hasta el locutor ejerce de vestal consagrada a esa devoción. “¡Viva la Virgen de la Cabeza!”, grita el presentador (¡el presentador!), animado por un cura, por cofrades del asunto, por la pregonera de la romería, por una bordadora a la que le oigo decir que “la Virgen me ha enviado para hacer el manto” (¿oí bien? ¿hay en Andalucía gente que habla como los indios mapuches?). Eso, o que “es la Virgen la que nos mantiene vivos a todos”, o “la compañera de tu vida”. Ya no me indigna que seres humanos pensantes y adultos digan estas cosas, ni que se exalten pensando en el hecho de sostener con sus manos mortales e indignas a “la Reina de los Cielos, la Reina de la Tierra y la Reina de todos los hombres” (yo me permito salirme de ese vasto Reino, si es posible). No, ante esto ya sólo me concedo un segundo de tristeza y, eso sí, luego reclamo mi distancia y mi sedición de ese primitivismo que aún vence y aún se atreve a meternos a todos en su infantil idolatría. Lo que sí me sigue indignando es que Canal Sur nos cuente eso como una monjita. Y que, encima, entre esa santería, nos saque a la consejera Micaela Navarro publicitando un ascensor que ha puesto allí para los fieles impedidos o cansados. Ya tenemos en la de la Virgen de la Cabeza una romería “accesible”, según decían. Eché de menos que añadieran “sostenible”, pero eso se da por sentado porque creo que todavía no hay romerías atómicas, aunque la del Rocío ensucia bastante. Hermosa metáfora, ésta del ascensor, de cómo la Junta nos lleva al Cielo, o incluso de cómo, ayudada por el piadoso Canal Sur, hace aquí de representante de ese Reino que nos proclamaba el Hermano Mayor botando en la silla y talando con la mano no sé si las cabezas de los ateos o los herejes. Sin duda, la consejera también ha sido enviada por la Virgen.

Los días persiguiéndose: Justicia positrónica (22/04/2010)

En los tribunales, donde por algo los jueces van vestidos de monaguillos, se hace liturgia de la última creencia de la democracia, la de la Justicia. Creencia o acaso literatura, pero desde luego no ciencia, es el Derecho, porque la hermenéutica de la ley siempre termina en una opinión. Tantos doctores reunidos sin ponerse de acuerdo, el mismo texto que puede entenderse de una manera o de la contraria... A mí todo eso me recuerda a las cuitas de religión. Creo que los hombres, como los dioses, hicieron mal sus leyes a propósito, con contradicciones, ambigüedades y pasadizos, para que, al final, sea un concilio de sumos sacerdotes (un concilio en el que el poder que sea se asegurará influencia) el que termine decidiendo con una arbitrariedad que llamarán interpretación o inspiración. Estamos en manos de profetas y no sé si hay alternativa.

Me temo que a los jueces no podemos pedirles ciencia, exactitud, infalibilidad. Para eso, las leyes tendrían que escribirse como la matemática, y las sentencias, salir de un algoritmo, lo que, irónicamente, haría innecesarios a los jueces: bastaría una calculadora. Al hilo de estas paradojas sobre la idea tan humana de justicia y los también muy humanos e imperfectos mecanismos para administrarla, yo siempre me acuerdo de un relato de Asimov. En ese relato, un detective que se encuentra investigando un asesinato cuenta con la colaboración de un robot tan perfectamente humanoide que el detective duda que sea realmente un robot. Sus dudas se acrecientan aún más cuando el supuesto robot menciona la “justicia”. ¿Cómo va a hablar un robot de justicia? Pero éste le define la justicia de la siguiente manera: “La justicia es el estado que se produce cuando todas las leyes son obedecidas y respetadas”. Al replicarle el detective que puede haber leyes injustas, el robot le contesta que “una ley injusta es una contradicción lógica”. Quizá si nuestras leyes estuvieran minuciosamente formuladas y nuestros altos tribunales compuestos por robots como éste, las viscerales polémicas patrias sobre estatutos dudosos, persecuciones a partidos y martirios de jueces, que tanto nos afligen y nos dividen, no existirían. Como no contamos con la robótica, habrá que afrontarlo de otra manera.

A los jueces no les podemos pedir cerebros positrónicos como los de Asimov, sólo honradez e independencia. Lo primero no está en nuestra mano. Lo segundo deberíamos exigirlo con fuerza por la supervivencia de la democracia. En España la justicia está totalmente politizada, los jueces se dividen en hinchadas y los miembros de los altos tribunales son elegidos por los partidos igual que los equipos de fútbol de los recreos de mi niñez, dejando al gordo el último. ¿Cómo pedir respeto por la Justicia cuando la vemos habitada tan descaradamente por la política? Mientras ocurra esto, hasta las payasadas pro-Garzón de Zarrías se pueden entender, aunque a mí no me gusten. Otros arremetieron contra jueces cuando el caso Liaño, por ejemplo, y ahora bordan editoriales y columnas defendiendo el sacerdocio de los togados. No, lo que sucede es que aquí nadie atiende a la dignidad ni al acierto de la Justicia, sino a sus propios intereses ideológicos. Mientras los legisladores no resuciten al Montesquieu que ejecutaron, seguiremos como estamos: luchas de partido trasladadas a los tribunales, jueces de uno u otro lado en la picota o como peones, y descrédito del sistema. Con una Justicia verdaderamente independiente, los jueces quizá seguirían decidiendo en concilios, pero al menos el Espíritu Santo que les hablara no tendría siglas ni vasallajes.

19 de abril de 2010

Somos Zapping: Aullidos bosquimanos (19/04/2010)

Acoso y derribo. No conozco ese placer de abatir una avecilla, un ciervo o una vaca; no sé si grita dentro de uno un indio o un cowboy cuando un bicho poderoso o insignificante quiebra sus patas después de que un dedo nuestro se destense. Matar de lejos, derribar desde el poder de una loma o de un caballo, me parece un triunfo cobarde. Ya no cazamos por hambre, pero aún somos una tribu que quiere adornarse con pellejos; ya no esperan las hembras la carne del día junto a la hoguera, pero algunos tienen que volver a salir en manada a por la pieza magnífica que les haga jefes o sólo hombres. Detesto la caza, deporte con antropología cavernícola, afición de sádicos reprimidos. Recuerdo haber tropezado en Canal Sur con un programa, Lances, que disfrazaba de belleza naturista esas ganas de matar con ventaja: escopeteros con un frío entibiado en sangre y jaurías con la fiereza humana delegada, persiguiendo animalillos sin escapatoria; el tótem y las luchas jerárquicas de un atavismo como bosquimano que aún parece definirnos y satisfacernos. Pero no, no era caza lo que vi esta semana en Canal Sur, aunque me acordé de toda esa ferocidad campera y orgullosa pensando que aquello tenía la crueldad del matar sin la valentía de hacerlo, la misma necesidad animalesca de poder y dominación sin el precio de tener que mirar los ojos de una criatura que agoniza por nuestra mano. Por eso me pareció aún más bajo, primitivo y cobarde. Acoso y derribo, lo llaman. Y hacen hasta competiciones. Hombres de rasgos costrosos y salvajes que aúllan de placer extendiendo los brazos y abriéndose la chaquetilla porque después de perseguir a caballo a una vacas las han tumbado de un golpe de garrocha. Una y otra vez, las vacas caían, se levantaban, y de nuevo eran perseguidas y derribadas, con más excitación en cada golpe. El locutor, Antonio Bustos, se lamentaba porque la Federación Hípica se está planteando que semejante bestialidad deje de ser una disciplina deportiva nacional. ¿Pero eso era deporte, esa como diversión de hienas para cortijeros? El programa se llama A caballo y quizá trata de cómo seguimos siendo animales a lomos de otros animales.


Ataduras. Decidieron ya hace tiempo que no había que llevar al pueblo hacia la cultura, sino rebajar la cultura hasta el pueblo. Es más fácil rodar esa cuesta, y encima les da para poder llamar “democrático” a lo que sólo es decadencia. Lo sublime no puede ser lo general, lo excelente no puede venir del rasero de la masa, pero la política y algunos otros negocios principales se basan en la adulación a la turba que los sostiene. Si para eso hay que decapitar todo lo que sobresalga, si hay que hacer con el arte y el conocimiento algo así como esa cena de mendigos de Viridiana, se hace, y encima entre aplausos de igualdad y democracia. Todo esto es triste, pero en la educación es nefasto. En El club de las ideas, ese programa en que la Consejería de Educación se hace propaganda sin pudor ni disimulo, les vi deleitarse con una chocante iniciativa de una escuela de música de Punta Umbría, nada menos que basar su cantera en un “taller de carnaval”. Seguro que darán unos concertistas que ni el Conservatorio de París. Así lo explicaba deliciosamente en el reportaje una voz en off: “Una idea original para despojar a la música de su atadura por lo clásico y darle una pincelada más popular, práctica y cercana”. Observen la acumulación de insultos a la cultura y a la inteligencia en que se complace esta aciaga y destructiva filosofía : “despojar” al arte musical de su innecesaria “atadura” por lo clásico (o sea, con lo que es precisamente arte), y rebajarlo hasta lo “popular” (¿quién será ese Mahler que no lo tocan en las verbenas?), además haciéndolo “práctico” (¿se refieren a que sea inmediato y sin estudio, o a que la música sirva para hacer bricolaje?) y “cercano” (demasiado lejos y muertos están todos esos compositores hiperbóreos cuando tenemos a mano y sollozando a nuestros comparsistas). Esos octavillas lagrimeando y esos rasgueos gatunos a los que anima nuestra educación seguro que se pueden unir muy bien a los aullidos bosquimanos de los garrochistas de antes, para terminar de definir nuestra cultura en la vulgaridad, el tribalismo y el más penoso y lúgubre ocaso.


Feria del siglo XXI ¿La Feria de Sevilla en Tecnópolis? ¿Han computerizado las peinetas, hay nanobots en la manzanilla? No, es que ahora los feriantes van en metro (¡simplemente en metro, no es que usen teletransportadores!), montan en tricicleta y además hay un costurero para las flamencas que se descosen un volante (¡increíble en el siglo XXI!) Sí, habrá que ir a la feria este año con escafandra.

15 de abril de 2010

Los días persiguiéndose: El republicano solo (15/04/2010)

Escribo el 14 de abril con un viento en la calle que parece el de todas las banderas de la historia, que no se para. No soy de los republicanos nostálgicos, anticuarios, santeros, con la II República como una Virgen de Lourdes fluorescente. Entre la República que soñó Ortega y la de las facciones fratricidas de camisas y pistolas que vino luego hay demasiados hombres y caballos muertos para que una idealización romántica de aquello me resulte siquiera decente. Algún icono conservo, evocador pero siempre un poco espeluznante, como los exvotos, para recordarme que los ideales más bellos pueden resultar fallidos y que todo puede pudrirse cuando hay fanatismo, odio y revancha. Aquella República en medio de una Europa en plena crisis de la democracia liberal, esa Europa anidada por el fascismo y el comunismo, y en una España además sin tradición democrática, quizá estaba condenada al fracaso. Nos faltaba madurez y nos sobraban tripas. Aquello tuvo encanto, belleza, locura, prisas, injusticias y tragedia, como ocurre en la juventud de todas las cosas. Pero no fue una Edad de Oro, no es el Paraíso perdido. Fue un amago inspirador, pero no llega a servirme como Patria a la que volver, a la que acunar ni a la que rezar.

Yo no me opongo a la Monarquía por melancolía de nada, y tampoco por los nombres, las dinastías, los hechos de familia, como Barroso. Barroso se enfrenta al Borbón como a un rey malo, lo que deja espacio y legitimidad para reyes buenos. Se encara con el Rey de manera muy parecida a como lo haría un monárquico descontento, un criado suyo despechado u otro litigante por la Corona. Barroso es pendenciero y faltón, pero tan mitológico como los juancarlistas, en el fondo. Él pertenece a esa izquierda de descabalgar príncipes y arrasar palacios, una izquierda saboteadora que necesita el retrato en llamas de un zar con su zarina porque, si no, no sabe contra qué luchar. A mí no me importa el Rey sino la Monarquía, no me importa su persona sino su símbolo. Yo siempre digo que la Monarquía, por muy parlamentaria que sea, es una democracia con padre, y eso significa reconocer nuestra niñez política, que somos todos hijos que deben atender a los sermones, los guantazos, la guía, el modelo, la protección, el arbitraje, la tutela de una figura sin más mérito que haber heredado esa potestad por las casualidades de la historia y sus alcobas. Y esa superstición no me cuadra con ser ciudadanos adultos, libres, iguales y dueños de nuestro futuro. Aunque suele usarse mucho, ese patrocinio de la Monarquía en la transición a la democracia o en su consolidación no sólo no me parece un argumento a su favor, sino al contrario: reafirma la idea de que existe esa magia personal que permite reconducir un país en un sentido u otro, con bendecida arbitrariedad. No porque el brujo de la tribu pare una guerra vamos a decir que es bueno tener un brujo con el poder de decidir en tan graves asuntos.

Sí, yo soy republicano, pero sin un republicanismo al que mirar. El republicanismo español aún es nostalgia y fetichismo como de una novia muerta en su boda, y venganza de esa muerte. Aún identifica un sistema con su particular ideología y, lo que es más grave, aún ignora lo que es la “cosa pública”. Por eso esta izquierda de herrería hace que sus ayuntamientos, que representan a todos los ciudadanos, no a su partido, pidan la República, demostrando irónicamente que no saben lo que es. No, no soy de los republicanos con morriña ni con cuentas. Por eso el 14 de abril estaba un poco solo y espantado ante el viento de las banderas como el de antiguos cañonazos.

13 de abril de 2010

Somos Zapping: Bicicletas en los cuernos (12/04/2010)

Picasso modistillo. La tauromaquia sin más les resulta ya a algunos poco vistosa, colorida y folclórica, como si el personal bajara al ruedo con bata de quirófano. Por eso aquí algunas mentes brillantes y turísticas se inventaron eso de la corrida goyesca, donde todos van de bandoleros, y la corrida picassiana, donde van de arlequines. Torear se torea igual, pero se añade un ambiente modistillo o de charlestón a la cosa que les inflama sobremanera. Confieso que con lo de la corrida picassiana pensé que sería interesante ver cómo intentaban hacer una faena cubista, con los toros troceados y los toreros con la nariz en la ingle. Luego pensé que todo dependería de la época picassiana que eligieran, y por fin me di cuenta de que sólo consistía en dibujar lacitos y rombos en los trajes de luces. Como la inspiración temática es tan leve, las variaciones pueden ser infinitas, aprovechando no sólo cada pintor o artista, sino cada estilo de parador o producto de la tierra. Corridas lorquianas, mozárabes, jamoneras o freseras serían posibles según esta filosofía. El caso es hacer esa cultura falsa que consiste en superponer iconos sin profundidad pero con mucha propaganda e idiosincrasia. Lo de Málaga la semana pasada podría haber sido picassiano o de Victorio y Lucchino, sin diferencia.


Ready-made. Si Goya y Picasso están cogidos para el toreo hace tiempo, la tauromaquia surrealista le pertenece sin duda a Enrique Romero. Ya sabemos que él es onírico, freudiano, paisajístico y lisérgico, por eso es capaz de sacarnos a un piloto de ultraligero toreando con el casco puesto o, como esta vez, alucinar con una tienta en una playa. ¿En una playa? ¿Y eso por qué y para qué? Pues quizá para mezclar los cortijos con Sorolla, el casticismo de dehesa con ese otro casticismo del tío del bombón helado, la ternura de los establos con la de Chanquete, o quién sabe. Yo creo que le pasa como a Salvador Távora o a ese pianista con puñetas, Manolo Carrasco: se le juntan varias postales y tipismos y alcanza con ello unos éxtasis horteras, raciales y ridículos por acumulación de andaluceamientos. Por el lado folclórico y chovinista, a Enrique Romero le falta (o quizá ya lo ha hecho y no lo he visto) sacar toros con sevillanas, Cristos, cornetas, peinetas, catavinos o alfajores. Por el lado surrealista, le falta sacarlos en patinete, con esquíes, con pijama, con piano, con tigres, con avisperos, con esqueletos; toreados por guardias civiles, barberos, espeleólogos, dentistas, moteros; tentados en catedrales, centros comerciales, campos de fútbol, invernaderos, carpas de circo, pistas de hielo, zoológicos, museos, entierros... Pero los irá sacando sin duda, dedicándoles reportajes con esa emoción nerviosa y esa alegría que uno creía que sólo daba el porro. El toro y las olas, como en el rapto de Europa; vacas bañistas y garrochistas domingueros... Este hombre va bastante más allá del surrealismo, hace un ready-made con cada reportaje. Un día nos enseñará a un toro en un urinario o con una bicicleta en los cuernos y habrá que admitir que no es un hortera enganchado a un eclecticismo topiquista, infantil, sentimentaloide y risible, sino todo un artista del absurdo. Sí, un incomprendido al que un día se le acusó tan falsamente de convertir el toreo en payasada o psiquiatría.


Oro de pobre. Allí estaba la Andalucía del paro con su tenderete, su rendición, su suspiro, pregonando su miseria como esas figuritas de alambre. Era el zumo de la pobreza, eran las migas de los pájaros, era el lujo de un pesebre. Las noticias de Cuatro hacían un reportaje sobre Barbate, 40% de desempleo, bocados de hambre por las esquinas que daban ya trileros de la harina y la achicoria igual que cuando el racionamiento; y nos enseñaban a un hombre que tenía que sobrevivir rifando cada día en la calle cinco botellas de aceite. Es de las cosas más tristes que he visto en esta crisis. Cinco botellas de aceite, como cinco gordas lágrimas de la tierra, como cinco esmeraldas para el pan. Parecía que rifaba toda su riqueza o a todos sus hijos. Parecía que rifaba todo el oro de pobre que queda en Andalucía.


Declive. Las sevillanas decaen, dicen las noticias de Canal Sur, y hasta la Duquesa de Alba tiene que ir a apoyar al género en un congreso donde han unido quejidos de necesidad a los otros suyos rocieros o relinchadores. Creo que también están en crisis el twist y la yenka, qué injusticia y qué pena. En las imágenes, parecía que la Duquesa y los sevillanistas se sostenían mutuamente en su ranciedumbre y su decadencia.

8 de abril de 2010

Los días persiguiéndose: La casa del vecino (8/04/2010)

No sé si los dioses en las catacumbas, en los desiertos, en las pinacotecas o en las basílicas son más grandes o más pequeños, más dioses o menos; si caben dos en el mismo sitio, si necesitan cada uno su luz o su aseo particular, si viven para siempre en su casa o se mudan o se convecinan o se expulsan según los siglos y las guerras. Supongo que dependerá del dios y de sus creyentes, los que se bastan sólo con una estera o los que no pueden reinar o creer sino en un palacio, los que se avienen o los que tienen el mandato de pelear. Esto sólo competería a cada religión si no fuera porque suelen meter al Estado y a la sociedad entera en sus litigios y lindes. Una cosa es que se repartan el cielo y otra que se repartan la ciudad y el presupuesto. Lo sucedido en la mezquita-catedral de Córdoba es la demostración de que aún no hemos encontrado la manera de colocar a tantos dioses sin que se molesten entre sí o nos molesten a todos, si acaso eso es posible. Pero esto no pueden solucionarlo las religiones, que nunca se pondrán de acuerdo porque todas compiten por la Verdad, la historia, las almas, el dominio y, encima, por el espacio físico donde poner a su dios como un jarrón. No, esto tiene que solucionarlo el Estado.

Hasta ahora, las soluciones han sido tibias, incompletas y problemáticas. Y lo están siendo cada vez más, cuando la homogeneidad cultural y religiosa es ya imposible. Nuestra Constitución declara la aconfesionalidad del Estado y la libertad religiosa, pero reconoce implícitamente ventajas para la iglesia católica, incluyendo una importante aportación pública para su mantenimiento, de una u otra forma aún vigente. Igualmente, se establece el derecho de los padres a que sus hijos reciban una educación conforme a sus creencias, lo que significa, en la práctica, que el Estado está obligado a pagar el adoctrinamiento religioso en las escuelas. En realidad, eso que ha dicho el Defensor del Pueblo Andaluz sobre construir mezquitas con dinero público forma parte de ese mismo espíritu de tibieza y mal repartimiento. Es comprensible que lo pida, porque viendo que las iglesias se repellan a costa del presupuesto, las cofradías se subvencionan y los catequistas los pone el Estado, es imposible mantener ese discurso de igualitarismo paternalista y providente de lo público en lo religioso si no se hace extensible a todos los credos. Como decíamos hace poco, todas las religiones están pidiendo ya los privilegios y dineros de los que históricamente ha gozado el catolicismo, y nuestros gobernantes no pueden negárselos sin contradecirse. Lo malo es que no todo lo que nos llega pidiendo amparo es siempre tan tolerante, pacífico y respetuoso con la libertad como nos gustaría, y esto es verdad aunque quede feo decirlo. Y puede costarnos disgustos a poco que aquí se instalen, al abrigo de esa comodidad, sectas, extremistas y fanáticos.

Pero la solución es sencilla. Basta con dos cosas. Primero, que el Estado deje de aportar pasta y sostén a las religiones, de montarles escuelas y alumbrarles templos. Y luego, claro, que se respeten la ley y las libertades, que nadie se refugie en su credo para ignorar el Derecho. A partir de aquí, que quienes quieran le construyan su cúpula o su aljibe a su dios con su propio oro, que recen y enseñen lo que les plazca con sus medios, y que nadie se meta en la casa del vecino. Y que, si se infringe la ley (la de todos), se actúe. En resumen: o laicidad verdadera, o veremos a los dioses pelearse en las calles, como siempre con manos y víctimas muy humanas, y además con nuestro dinero.

Somos Zapping: Vetusta (5/04/2010)

Nacionalcatolicismo andaluz. El oro y las lágrimas subían como salamandras por los pies de los Cristos con los ojos vueltos, llevados en las copas de su martirio. Las calles eran herrerías de joyas y lanzas, desfiles de novias y flagelados tras una mirilla. Dioses orfebres lanzados por las cuestas se desangraban en terciopelo y en gente. Entre el barroco y el vudú, muertos de boda chocaban con sus cofres y campanarios. Largas horas de televisión, Canal Sur como una capilla toda encendida allí en el salón, locutores sacristanejos narrando dioses hechos de la leñera y romanos de lata. Bienvenidos al nacionalcatolicismo andaluz, donde la televisión pública hisopea y catequiza y los ayuntamientos enteros se arrodillan ante dolorosas de cristal, Vírgenes generalas con fajín y crucificados con bastón de mando. Y todavía Canal Sur era capaz de preguntarse cuánto había cambiado la Semana Santa andaluza en 50 años. Nada, aparte de que creo que ya no se venden indulgencias para comer lechón. Sólo había que mirar a la pantalla y a la calle. Vi a un guardia civil encharolado delante de una pasopalio sevillano y pensé cómo se siguen pareciendo aquí el olor del incienso y de la pólvora. Vi la imagen espeluznante de esos legionarios portando enfierecidos a su Cristo y me pregunté a quién defienden o vengan sus armas, si aún tenemos un cuerpo de cruzados, si el sable y la religión se siguen sosteniendo y legitimando mutuamente. Vi a Juan y Medio que sacaba a pequeñuelas con mantilla negra, a chiquillos saeteros, pregoneros, costaleritos y tamborileros. A él le parecían encantadores y a mí tenebrosos y víctimas como niños vampirizados. Qué sabrán los pobres chiquillos sobre pecado, castigo, penitencia, redención, sobre el gótico de la muerte y sobre el poder del miedo a ella, sobre la alfarería de la que vienen todos los dioses y las mentiras que se tendieron desde los palacios al cielo para consolarnos; qué podrán aprender sobre la libertad aquí donde se les pone capuchón antes de que sepan hablar y pensar y así se les exhibe en la televisión pública. Sí, bienvenidos al nacionalcatolicismo andaluz, Cristos con bala, alcaldes con varita, televisión con relicario, misal de nácar e inocentes sacrificados. “Esto es Vetusta”, le digo a un amigo catalán mientras se nos cruza una procesión que parece rozar muchos ahorcados por las esquinas. “¡Tocan el himno de España cuando entran en la iglesia!”, me comenta él, sinceramente sorprendido. Y qué le voy a contestar yo, sólo que esto es el nacionalcatolicismo andaluz, covacha como del Antiguo Régimen, orgullo de medievo celebrado con candelabros, llagas, faldillas y banderas de coronas de espinas. Sale en todas las televisiones que el preso que iba a indultar una cofradía granadina ha sido pillado en una operación antidroga y yo vuelvo a preguntarme por qué pueden suplantar al Consejo de Ministros y por qué los ladrones que se postran ante un Cristo tienen más posibilidades de ser perdonados que un ateo. Pero esto es el nacionalcatolicismo andaluz y los santos movidos con poleas firman decretos. Titulaban en este periódico que unos jóvenes habían sido detenidos en Málaga por colgar un crucifijo invertido en un balcón y yo no me lo creía. ¿Cómo van a detenerlos por lo que pongan en su balcón? Y luego pensé que quizá podía ser, y hasta que si hubiera ocurrido durante esa procesión de legionarios, lo mismo alguien habría cargado un arma. ¿No están acaso para eso, no es esa fuerza la que exhiben? También en Córdoba hay bronca con unos musulmanes que querían rezar en la Mezquita y yo sonrío por una ironía de la que no se dan cuenta ésos que escenifican ahora una religión oficial. La ironía es que sólo la laicidad que tanto atacan puede impedir que un día las demás confesiones exijan al Estado los mismos privilegios del catolicismo, pero no vengan con figurines sino con fanáticos. ¿Laicidad he dicho? Perdón por la palabra maldita. Vade retro. Me excuso. Sigamos aquí con la religión obligatoria de los puñales, las volutas, las viudas y los sargentos; sigamos todos la senda piadosa de Canal Sur, brillante farol guía del nacionalcatolicismo andaluz.


Fregonas. No sé qué necesidades especiales de limpieza o qué vocación o predestinación al fregoteo tenemos los andaluces para que nos dediquen esos anuncios de detergentes con nuestro acento (Don Limpio o Fairy). Y encima acento falso, hasta casi parecer burla: “Sirve pa tó, limpia fenomená”, dice con fondo de guitarritas una como madrileña haciendo de andaluza con aljofifa. Piensan en una clientela de chachas y eso les lleva a las andaluzas, ya en sí un oficio o una esclavitud. Me indigna. Oigan ustedes, que la bayeta se pasa en todos sitios y con todos los acentos. No nos asignen el fuero histórico de constituir nosotros solos el gremio de las fregonas.

Los días persiguiéndose: Brillos y cantatas (1/04/2010)

No sólo la Fundación Barenboim-Said, que da las corcheas más caras del mundo y los pianos que más se parecen a carrozas, va a pasar a depender de la Consejería de Presidencia. Yo creo que va a ocurrir lo mismo con todas las limpiadoras andaluzas, después de que, igual que el agradecido músico, salieran las de Griñán felicitándolo en su congreso. Lo recordarán: esa Juani y sus compañeras contando lo bueno y amable que es el señorito, que saluda y no les pisa lo mojado. En ese cariño de chacha, con su distancia, su sumisión, su admiración silenciosa y sus sufridas lágrimas de lejía, están los sentimientos que debe manifestar el buen andaluz hacia su presidente, así que, junto a las fanfarrias de Barenboim, sin duda formarán parte de esa nueva Área de Brillos, Escamondados, Peloteos, Ceras, Cantatas y Pompas Presidenciales que pronto tendrá sede al lado del despacho de Mar Moreno. Con aljofifas entorchadas y fagotes como minaretes sale un presidente enjabonado, wagneriano, procesional y a la vez cercano, y está claro que todo eso no entra en el simple mantenimiento de los edificios ni en la mera cultura, sino que corresponde a una misión más elevada, la de la gloria de Griñán, merecedora de su propio departamento. No puede ser sólo higiene esa ternura con la que la gente sencilla pasa la bayeta por los salones de la Junta. Tampoco podía ser cultura eso de Barenboim, esa música de muertos y extranjeros y esos raros pitos retorcidos. ¿Qué es eso de una cultura que no nace en el patio, que no puede entender el pueblo llano, que no sale en Se llama copla, que no se baila en la feria ni tiene peñas con vinazo y peroladas? Pero si ni siquiera tocaron nunca la salve rociera... No, Barenboim les hacía palco, apilaba lámparas de araña sobre la luz institucional, prestaba imperios y Danubios a la ya magnificente dignidad de la Junta, y eso no tiene nada que ver con la cultura. La fundación Barenboim-Said ha estado en el lugar equivocado todo este tiempo. Como las limpiadoras.

Griñán está recolocando con tino y buen gusto las consejerías y organismos autonómicos y le va a quedar una corte preciosa. Eso de la austeridad, el ahorro, la elefantiasis administrativa, el rebosamiento de altos cargos, cancillerías, observatorios, fundaciones, consejos, asesores y vicealgos; todo eso, en fin, son pegas miserables que ponen los aguafiestas de siempre. Con esta crisis, lo que hace falta es darle alegría a la cosa, además de confianza a la gente, y no ponerse tacaños ni ceñudos. Por eso Griñán mantiene una consejería como la de Presidencia, sólo para llevarle las vajillas, organizarle los bailes y lucir a una ahijada, y traslada allí a Barenboim con los encargados de tallar cisnes de hielo y rellenar vacas con faisanes para los banquetes. En vez de optar por lo fácil, prescindir de más consejerías, despedir a enchufados del partido y poner en forma la obesidad paralítica de la Junta, Griñán se ha preocupado sobre todo de hacer más melodioso su escritorio. Cuando el pueblo vea a Griñán escoltado por su propio cuerpo de lanceros con trompeta y envuelto por sinfonías como alcázares, seguro que recupera la confianza en sus líderes. Y con la confianza, desaparecerá esta crisis que nos contagiaron con su ansiedad los neoyorquinos y los neocon. Podría haber pensado en miles de otras medidas, pero lo primero o lo único que ha hecho Griñán ha sido llevarse a Barenboim desde Cultura a su servicio personal. Va a ser un revolucionario, ya verán. Y cuando realice la jugada maestra de asignar todas las limpiadoras a Presidencia, tendremos que reconocer que nos gobierna un genio.