
Los Oscar me atrapan y me decepcionan cada año, porque casi nunca gana mi película, que este año era la de Aronofsky, Cisne negro. Sólo se llevó un premio, el de Natalie Portman, que supo hacer un monstruo de fragilidad y locura con su personaje. Dicen que Hollywood suele ser conservador, que al final siempre se decanta por las películas de muchos vestidos y postales y por los papeles de cojo. Aronofsky es el atrevimiento y el vértigo, es la oscuridad y la carne viva, y eso es quizá demasiado para el convencionalismo de aquella industria, que ha terminado premiando una película donde el director ni se nota o se limita a poner todo el tiempo la misma pecera ante la cámara. La osadía, la rebeldía, la mirada diferente y el talento crudo no suelen ser buenos para los premios. Son preferibles una académica insulsez, una canónica templanza sin demasiado filo ni destrozo. O una inquebrantable lealtad al poder que decide. Si los premios, además, como en estas glorias nuestras del 28-F, los otorgan los políticos en un Consejo de Gobierno, qué podemos decir...
Pienso en los nombres que nunca pronunciarán en Canal Sur junto al de Griñán o el que toque, en mañanas de perlas falsas como ayer. En los andaluces valiosos que no harán princesas un Día de Andalucía, que nunca se irán a casa con una medalla de lata y baba. Pienso en todos los que no son tibios ni sumisos ni populacheros ni mendicantes, ni tampoco simplemente pacíficos o convenientemente distantes o poco molestos sin más. Todos ésos que no cabrían en la oficialidad, el paripé, el endomingamiento y la pérgola de los políticos que deciden qué significa ser andaluz bueno o malo, hijo rebesado o por contra desperdicio o enemigo de su Patria convencional, trapera y estrechísima. Los políticos otorgan la calidad de andaluz desde su cátedra y se sientan a ver la Andalucía quieta y contenta en escalones, que ellos coronan. Todo ese mercadillo de lealtades, todo ese desfile de guardiamarinas de ser de aquí... Los Oscar de Andalucía, dijo Paulino Plata. Yo prefiero a esos cómicos canallas o frívolos o geniales, y a esos magos de la luz que se la beben o la lloran en champán cuando ganan o pierden esa estatuilla calva que remite a la imaginación y al arte aunque se equivoque a veces de manos. Nuestros gobernantes son malos actores que se compran su trofeo y sus aplausos con nuestro dinero y nuestra dignidad. Yo me dormí durante la ceremonia de las Medallas de Andalucía y soñé que un cisne negro rompía espejos con las alas ensangrentadas.
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