29 de marzo de 2011

Los días persiguiéndose: Primavera de Griñán / Gadafi (22/03/2011)

Hoy habría que hablar de la primavera de los misiles, esparciendo orquídeas negras cuando salen de los barcos por la noche. Queríamos empezar a ver muslos, que es por donde la primavera inaugura su gimnasia, pero sólo vamos a ver las panzas de los tanques, que reventados parecen una cama de matrimonio destrozada por la pasión de un amante bombero. Es primavera en la ONU, girasol de banderas; es primavera en la chaqueta de los generales, vestidos siempre de novios de la guerra; es primavera con los abejorros de la muerte y con la legalidad de los cañones, que están de oferta en ramos. Aquí presentíamos una primavera con todos los capullos de los ERE floreciendo y candidatos brotando o tronchándose, pero Gadafi se ha comido todas estas flores como una camella con mucha hambre, hambre hasta para comerse flores, así que tenemos esta guerra llevada en capachos por el Mediterráneo como una muchacha siciliana con frutas explosivas, a la que ahora miramos más que a nuestros políticos locales. Después de ser encarnación del mal, Gadafi había quedado ya como si sólo fuera uno de esos modistos de pinta rara, entre mujer y faraón, con una dictadura excéntrica y silenciosa que manaba petróleo y pagaba hoteles y fincas y escuchaba flamenco por aquí, cosa que servía para olvidar sus anteriores pecados. Hasta que mandó bombardear a su propio pueblo como si sólo arara el campo. Habrá quien diga que todo sigue siendo por el petróleo y los aviesos intereses políticos y económicos, siempre sopesando el dinero, la miseria y los cadáveres. A mí me gustaría pensar que esta vez la fuerza tiene una primavera de libertades detrás, que empezó por el pueblo y ha seguido por el fuego mancomunado del aire, no como en Irak, donde quiso hacerse al revés. La primavera trae inyecciones de sangre en el cuerpo y en el mundo, y quizá se lleve a la vez el invierno de las medias, de los dictadores y de los caciques.

Paso por la CNN, por Al Jazeera y luego por Canal Sur, y supongo que por eso es inevitable ver a Griñán atrincherado igual que Gadafi, en una retórica de combate y en un búnker con latas de conservas. No sé si Griñán/Gadafi piensa en morir matando o quizá simplemente en morir con el mejor discurso para morirse, ahora que la destrucción le rodea y sus palacios tienen ya querencia a los escombros como a las enredaderas (los palacios parecen diseñados para ser más hermosos en la decadencia y la ruina). Un día, uno es el rey de las cabras que gobierna hasta el horizonte como un dios de las dunas y las altiplanicies, y al día siguiente una chispa lo incendia todo y acaban atacándote el pueblo, las tormentas y los perros. Griñán/Gadafi, con su lujo en medio del desierto, con su oro escondido en la arena, con el imperio de un cojín en el culo, con su pueblo en babuchas, ahora acosado por una primavera que escarmienta y escuece, una primavera que han traído como una hoz en la mano la gente harta, las propias rebabas de su corrupción, la propia soga de su vejez y la podredumbre de loto de sus ojos y su reinado. Griñán/Gadafi, nombrado por él mismo padre celestial o curandero con magia en las manos, no debería haber despreciado y castigado así a su pueblo. Y, sobre todo, no debería haber chupado la sangre de su tierra para enriquecer a sus parientes y mercenarios. Ahora viene una primavera de dientes de león flotando con ojivas y granadas abiertas como corazones humanos. En el desierto de Libia o de Andalucía se libra una guerra con cuchillas de flores y metal y carne. Un líder endiosado y descalzo recibe de repente todo el bombardeo de la verdad y del pasado. El fin parece una primavera escombrada, con el cielo traído por una cuchara.

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