
El Aserejé no es un rap, aunque viene de un rap. Su famoso y cargante estribillo es el comienzo del Rapper's delight de The Sugarhill Band (1979), que fue tomado por Queco aunque él lo niegue y diga que se lo silbó su hija o sobrinita: “I said a hip hop the hippie the hippie / to the hip hip hop, a you don't stop / the rock it to the bang bang boogie, say up jumped the boogie / to the rhythm of the boogie, the beat”. Esto, pasado como por la pronunciación del Príncipe Gitano y luego cantado por unas niñas fotocopiadas, sacadas de un botellón rumbero, fue lo que terminó convirtiéndose en uno de esos éxitos necios que se venden junto a los montones de bragas a 1 euro. Los políticos buscan cada día su latiguillo y el AsEREjé le pareció a Soraya Sáenz de Santamaría un sopapo efectivo contra el festeo de culos y bolsillos del escándalo de los ERE, que nos da más vergüenza que la cancioncilla, y así lo soltó en la radio. Yo preferiría otros argumentos a que nuestros políticos se enfrenten con la lista de los 40 Principales en la mano, pero no deja de tener gracia, además de haber provocado en el Consejero de Empleo, Manuel Recio, una cagalera mental que mereció el Lapidario bobo de este periódico: “La bromita del AsEREjé evidencia que para el PP Andalucía es una chufla: aquella canción fue muy importante y las Ketchup son cordobesas”.
Pero la chufla de Andalucía son ellos, con la banda sonora que se quieran poner. La chufla son estos políticos cuyo descaro, desahogo y suficiencia dejaron a sabiendas millones de dinero público sin control para que los cogieran al vuelo amigotes y adeptos ratillas, conectados con las consejerías. Lo que insulta a los andaluces no es que por ahí desmerezcan al Aserejé, que es basura en cualquier idioma, sino tener aquí esta raza de políticos mangones y ladinos. Al Consejero, ya ven, le parece que nuestro honor se menoscaba más bromeando con el Aserejé que por la podredumbre de la Junta. Los políticos se escuecen con las rimas, un rap rabioso, retante, canalla y superviviente invade los plenos y las radios como los bujíos de la película 8 millas. Pero lo peor no es que la música buena o mala, cantada o masticada, sustituya al discurso y a la razón, sino que bandas de navajeros sin capucha nos quiten hasta los calzones desde un escaño, silbando.
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