29 de marzo de 2011

Los días persiguiéndose: Rapper's delight (29/03/2011)

No me gusta el rap de los políticos, cuando sus señorías parece que discuten mientras desguazan coches. El rap no lo han inventado ahora los diputados ni los canis ni Eminem. Existe desde finales de los 60, es más antiguo que la Movida y que Madonna y casi que Peret. Han pasado los horteras de los nuevos románticos, los flipes fluorescentes del acid house, el grunge ya tiene nietos, pero el rap sigue casi igual con gorras hacia atrás o hacia delante, metiendo tambores en la boca y en la sangre como la primera vez en el Bronx. En realidad a mí no me gusta el rap para nada, aunque hace poco me hicieron escuchar Arcturus, de Sicario y Hazhe, y debo reconocer que me pareció que había ahí más profundidad y poesía que en muchos cantautores de guitarrita lacia, culo grave y noche de putas con las musas y las armónicas. Pero menos me gustan los políticos raperos, que se retan entre sus gorilas en ambientes dieciochescos en vez de en sótanos, aunque con sus mismos manotazos, vaciles y medallones. Al menos, los raperos de verdad combaten con la improvisación, no les hace falta un gang de fontaneros de partido que no duermen la noche anterior buscando el verso contra la bancada enemiga. El cadenazo que es un rap no es igual que el roce de encaje de los papeles preparados para los enfrentamientos en los parlamentos o en los medios. Pero buscan igual la rima, la chulería y el martillazo.

El Aserejé no es un rap, aunque viene de un rap. Su famoso y cargante estribillo es el comienzo del Rapper's delight de The Sugarhill Band (1979), que fue tomado por Queco aunque él lo niegue y diga que se lo silbó su hija o sobrinita: “I said a hip hop the hippie the hippie / to the hip hip hop, a you don't stop / the rock it to the bang bang boogie, say up jumped the boogie / to the rhythm of the boogie, the beat”. Esto, pasado como por la pronunciación del Príncipe Gitano y luego cantado por unas niñas fotocopiadas, sacadas de un botellón rumbero, fue lo que terminó convirtiéndose en uno de esos éxitos necios que se venden junto a los montones de bragas a 1 euro. Los políticos buscan cada día su latiguillo y el AsEREjé le pareció a Soraya Sáenz de Santamaría un sopapo efectivo contra el festeo de culos y bolsillos del escándalo de los ERE, que nos da más vergüenza que la cancioncilla, y así lo soltó en la radio. Yo preferiría otros argumentos a que nuestros políticos se enfrenten con la lista de los 40 Principales en la mano, pero no deja de tener gracia, además de haber provocado en el Consejero de Empleo, Manuel Recio, una cagalera mental que mereció el Lapidario bobo de este periódico: “La bromita del AsEREjé evidencia que para el PP Andalucía es una chufla: aquella canción fue muy importante y las Ketchup son cordobesas”.

Pero la chufla de Andalucía son ellos, con la banda sonora que se quieran poner. La chufla son estos políticos cuyo descaro, desahogo y suficiencia dejaron a sabiendas millones de dinero público sin control para que los cogieran al vuelo amigotes y adeptos ratillas, conectados con las consejerías. Lo que insulta a los andaluces no es que por ahí desmerezcan al Aserejé, que es basura en cualquier idioma, sino tener aquí esta raza de políticos mangones y ladinos. Al Consejero, ya ven, le parece que nuestro honor se menoscaba más bromeando con el Aserejé que por la podredumbre de la Junta. Los políticos se escuecen con las rimas, un rap rabioso, retante, canalla y superviviente invade los plenos y las radios como los bujíos de la película 8 millas. Pero lo peor no es que la música buena o mala, cantada o masticada, sustituya al discurso y a la razón, sino que bandas de navajeros sin capucha nos quiten hasta los calzones desde un escaño, silbando.

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