
Flamenco medicinal. La ONU nos ha hecho del flamenco más que una universal gloria; nos ha hecho una universal totalidad. Quiero decir que ha permitido que aquí el flamenco sea todo, esté en todo, haga todo y sirva para todo. Es como el jarrillo de lata que ya usamos para lo que sea porque no tenemos otra cosa, y así nos ocupa no sólo todo el sitio del arte, sino de las postales, la economía y hasta del curanderismo, la medicina o la gimnasia. En Salud al día vi que tienen una sección fija que Roberto Sánchez Benítez llamó “danzoterapia” o algo así, y en la que nos enseñan cómo el flamenco nos puede mantener sanos y con el culo prieto. “El zapateo activa los glúteos”, rotulaban. Ya no necesitábamos más cultura, pero ahora parece que tampoco necesitamos más ciencia ni vitaminas que el flamenco. Toda una sección fija dedicada a que el flamenco nos cure la ciática o nos regule el buen cagar, que seguro que también sirve para eso. Mal día ése en que lo declararon Patrimonio de la Humanidad. Aquí han entendido que a partir de ese momento el flamenco era la receta única para el alma, la mente y el cuerpo. Jamás imaginé algo tan ridículo como el flamenco medicinal. Sin duda, subestimé nuestra infinita capacidad para la ridiculez.
Que me coma el tigre. Creo que para ver a gente dándose coscorrones y prendiéndose fuego en el culo prefiero Jackass, ese programa de pirados borrachos de masoquismo que al menos hacía reír. Hace falta valor pretende glorificar la tauromaquia a partir de las gónadas de las que sale, pero termina convirtiendo la cosa en una chorrada de famosos asustados como por ratones o arañas. Esta semana pusieron a una participante con un tigre, para que la besara o se la comiera como en lo de Lola Flores. El programa no trata de valor ni de toros, sino de un miedo como del tren de la bruja y una risa tonta de ver a gente con los pantalones por los tobillos. Yo creo que el mayor valor es el de Enrique Romero, capaz de concebir y presentar algo tan insufriblemente idiota sin sentir vergüenza. Yo recuerdo aquellos programas que hacían Mariví Romero y Manolo Molés, que daban respeto y casi miedo desde la sintonía, cuando uno sentía que se te colaba en la salita un morlaco corniveleto. Aquello era tauromaquia de enciclopedia y de sagrario, pero Enrique Romero consigue convertir el toreo en una pura payasada, en un circo de enanos y en el dibujito animado nervioso y caedizo que es él mismo. Sus toros de peluche y sus muletillas cagados no dan miedo ni respeto, ni siquiera risa.
Morbo y tortas. Yo no lo vi, pero un lector me hace llegar su queja por unas terribles imágenes que emitió Andalucía directo, la grabación con cámara oculta del maltrato a una anciana con alzhéimer. AD está siempre entre el morbo, la romería y los guisotes, ya lo sabemos. Le gustan los asesinatos con la cocina todavía salpicada y los cadáveres enredados en sargazos casi tanto como una romería sobre las peñas o el olor agarbanzado a pueblo. Ellos creen que la tarde andaluza debe tener la temperatura de esa mixtura recocida y obscena. ¿Repugnante, indigno, intolerable? Nada, la presencia chirigotera de Modesto Barragán seguro que supo enlazar enseguida la cruel exhibición de la tragedia de esa pobre anciana con las tortas típicas de algún lugar, y tan contentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario