
Blas Infante es lo que tiene aún de religión el concepto de Andalucía. Es padre de una melancolía, fundador de una carencia, apóstol de un sueño del que sólo hay una estatua. No son su pensamiento o sus opiniones lo que han estado homenajeando y celebrando ahora, sino el propio hecho de que Andalucía necesita o busca un padre. De ahí que todas las ideologías le lleven flores. Blas Infante tenía ideas difusas, ingenuas o iluminadas, aunque impulsadas por una aspiración de dignidad para Andalucía. Pero lo que parece que importa es esa figura paterna, esa peana donde poner algo, cosa sin la que muchos no saben adónde mirar. Igual que hay tantos que miran al Papa porque no saben dónde encontrarse a sí mismos, aquí se mira a Blas Infante porque no sabemos dónde encontrar Andalucía. Sin embargo, aun eso nos deja un hambre insatisfecha, como la que insinuaba esa frasecita sobre el Papa. Menos homenajes y platería, y más dignidad para Andalucía, podríamos decir nosotros. Menos gurús y estampitas, y más levantar esta tierra de su miseria. Los padres que están en el Cielo, en las tarimas o en los cementerios no nos colman, no nos consuelan, no nos responden a las preguntas, no nos sirven para ir por la vida, al menos la vida adulta. Hay algo que nos dice que necesitamos bastante más que ese vernos eternamente como chiquillos. Blas Infante, igual que Dios, duerme en su jarrón o en su mecedora sin sospechar que aquí le adoran, le hablan y le esperan gentes incapaces de conducirse por ellos mismos hacia su futuro.
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