12 de diciembre de 2011

Hoy viernes: Deuda impagada (21/10/2011)

Las autonomías comenzaron como una ebullición sentimental y el dinero ni se mencionaba en la calle. Todo era historia, raza, abuelos, dignidades recobradas, banderitas de reolina, una como independencia indígena sin caballos, aunque en Andalucía hubo mártires. Era cuando la gente hacía coplas a la libertad colgando trapos y aforismos de las farolas, cuando la política aún parecía salvarnos y llevarnos a casa. Los pueblos de España tomaban las riendas de su destino, o eso nos decían. Recuerdo que a mí me dieron el Estatuto de Andalucía en el colegio y era un librito pequeño y blanquiverde que olía como a receta del médico o ayuntamiento nuevo. Tan chico, uno no sabía muy bien qué significaba aquello, pero lo miraba como algo propio y extranjero a la vez, como si de repente me hubieran dado un pasaporte suizo. Ahora, pensaba yo, éramos andaluces pero de otra manera, andaluces con la historia saldada o el patio limpio. Había ingenuidad y esperanza en la autonomía, una sensación de que se habían ido los opresores y usurpadores, de que Andalucía podía por fin levantarse, mirarse y caminar hacia delante con su paso. Qué niño era yo y qué niña era la política, todavía llena de soñadores, cantantes, profesorcillos con gorra, abogados de los pobres y hambre de justicia.

Todo era sentimental y prometedor, pero luego nos fuimos dando cuenta de que las autonomías también creaban sus burocracias, sus élites de poder, sus dueños, sus comederos; de que se multiplicaban las cancillerías, los organismos, los funcionarios, los vividores y los mangazos. Mientras celebrábamos mitos y efemérides, lo público se convertía en negocio, la Junta sólo se engordaba a sí misma, el dinero era repartido arbitrariamente entre elegidos y Andalucía seguía pobre y en cuclillas. 30 años hace de aquel librito que tenía algo de catecismo y algo de dulce, de aquel primer Estatuto con peso y espíritu de laurel, tan retóricamente ensalzado como olvidado en la práctica, donde se citaba como “objetivo básico” la “consecución del pleno empleo en todos los sectores”. 30 años de fracaso, incluso con otro Estatuto postizo por el medio, dan pocas ganas de celebrar nada. Menos ahora, que nos pillan en la peor crisis de nuestra historia, crisis en que las autonomías, rumbosas, megalómanas, despilfarradoras, vivero de castas de nuevos ricos y aprovechados mangantes de lo público, nos pueden llevar a la ruina total. Ahora rebajan la calificación de su deuda, pero casi me importa más otra deuda, la que siguen teniendo con aquella esperanza joven, sentimental e ingenua de hace 30 años, cuando creímos que la autonomía nos redimía, nos dignificaba y nos dejaba en paz con la historia. Esa deuda impagada es su mayor traición.

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