14 de febrero de 2008

Los días persiguiéndose: Desde el pupitre (14/02/2008)

A mí nunca me visitaron políticos en clase. Sólo recuerdo barullo en el patio cuando los golfos se colaban en el recreo saltando la tapia, esos niños sin colegio, un poco bosquimanos, que vivían en los tejados como los balones y las botellas; o aquella vez (mi primera y pequeña revolución) cuando protestamos con pancartas de cartulina, descolgadas quizá de los murales de las monocotiledóneas y las dicotiledóneas, porque se nos iba una profesora sustituta. Ella nos había seducido trayendo una ciencia nueva y que se tocaba, con átomos de juguete y clases como campamentos. No sé si hoy los alumnos se rebelarían por defender a un profesor que enseña con pasión o viene con una maleta de mago. Entonces todavía pasaban esas cosas, terminábamos queriendo al maestro que nos descubría la literatura o el baloncesto o las primeras calculadoras, que en aquellos tiempos parecían pizarrones o xilófonos. Pero nunca nos visitaron políticos, o es que la política sólo se estaba inventando entonces. Yo no sé qué les hubiera preguntado, quizá por qué se iba aquella profesora buena, pequeña y cantadora, o por qué había niños sin colegio, los que entendían de pájaros y de tabaco y de chicas.

Ahora llegan los políticos en coches como sobres lacados, como embajadas ambulantes, llegan igual que espías de uniforme o reyes en moto, a los colegios o institutos donde van a hacer una propaganda de chocolatina o Tulipán. Chaves usa los colegios para su campaña y no los distinguirá de piscinas municipales o de fábricas de lácteos, porque se trata de aparecer rozado por todo lo nuevo, lo joven y lo refrigerado, lo que crece a su pesar y lo que maneja de lejos a través de intermediarios sin ganas y de retratistas pagados. Chaves baja a la realidad como una dueña a la cocina, como un lord a sus caballerizas, pero es una visita donde sólo está su distancia y su desconocimiento, que es una manera de manifestar superioridad, tan lejos de las cosas como ese lord de la mierda de sus yeguas. Pero una realidad con alfombra nunca es realidad, como no lo son la pulcritud que se encuentra en los sitios ni las preguntas remitidas antes por escrito.

Los mesías, los tiranos y los mafiosos gustan de rodearse de niños y de orquídeas, que les prestan blancura, paciencia, paternidad, pureza. Hay algo de ogro y de sacamantecas en el político que se acerca a los niños y los besa con babas de viejo y toca su pelo con un punto de lascivia, como a una joven criada. Los políticos en los colegios dan fotos de pervertido. Ahora, no sé qué les preguntaría si yo estuviera en el pupitre. El colegio que yo viví ya no existe. Los golfos no saltan la tapia, sino que tienen sus tejados en las aulas, y a los profesores no se les quiere por enseñarte a medir árboles con el sol y un palo, sino que se les acorrala contra el encerado (ya tampoco dice nadie encerado). Desde el pupitre, quizá yo levantaría la mano y les preguntaría por qué han destrozado la educación pública, por qué la izquierda ha traicionado el futuro de los humildes, por qué han convertido la política en un oficio de canallas y en un estraperlo, por qué vienen ahora, dueños de todo, a estafarnos con besos repugnantes; por qué engañan con toda su dentadura, por qué nos usan como carnaza, por qué triunfaron los mediocres, por qué la propaganda sustituyó a la acción, por qué nos conforman con tan poco, por qué, aun así, viven tan felices... Pero seguramente no me contestarían y se irían como un circo, con peste y serpentinas, hacia otra mentira programada, en sus grandes coches que parecen siempre perseguidos o robados.

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