Pero esta educación en libertad, este ideal que yo viví, es sólo una opción de conciencia para los padres y no se puede imponer ni legislar. Lo que nos dice la Constitución es esto: “Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”. Sí, el adoctrinamiento por parte de los padres es legal, y tampoco encuentro, ciertamente, una alternativa satisfactoria sin vernos dentro de la pesadilla de Huxley. Y sin embargo, también hay algo de perverso en esto. ¿Qué ocurre si las convicciones morales de los padres incluyen la supremacía natural de una raza o una religión, el sometimiento de la mujer al hombre o de la legalidad a una supuesta ley divina, el exterminio del infiel o la consideración de la homosexualidad como una perversión punible? Porque esto es posible, el Estado no sólo puede, sino que debe, además, educar en los valores comunes de la Democracia, la tolerancia, la libertad y los Derechos Humanos. Por eso, aunque con demasiada frecuencia he visto en sus manuales mucha ñoñería, creo necesaria la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Eso sí, los tribunales deberán decidir si verdaderamente se viola la neutralidad ideológica del Estado en alguno de sus textos y habrá que corregirlos si es el caso. Pero no, no se les impide a los padres que transmitan a sus hijos sus convicciones morales particulares. Son esferas diferentes, la de la moral privada y la moral pública, que no deberían colisionar si fuéramos civilizados. Pero algunos no son civilizados, como los que piensan que el enseñar que hay opiniones diferentes a la suya atenta contra sus derechos. Yo tuve una educación en libertad. Otros padres pueden educar a sus hijos incluso en la intolerancia o en el fanatismo. Quizá sea su derecho. Pero también es derecho del Estado señalarles que sus convicciones no pueden coartar la libertad de los demás para decidir su propio camino. Y que en eso consiste la convivencia, aunque les pese.
15 de mayo de 2008
Los días persiguiéndose: Educación (15/05/2008)
¿Qué es educar? ¿Y quién educa? No sé qué tendrán en sus manuales los nuevos pedagogos, los de la secta psicológica, los enemigos de la excelencia, los que no distinguen la motivación de la voluntad, esos que pueden hundirnos con su empeño de crear igualitarísimos analfabetos funcionales. Pero yo pienso en mi educación. ¿Quién me educó, y cómo? ¿Me educaron mis padres, las monjitas del parvulario que olían a sábana, a beso y a vela; el mundo salvaje de los niños por los tejados, aquellos maestros que me descubrieron la ciencia y la literatura entre murales y plintos, la Universidad encalada con sus teoremas? ¿Me educaron Dumas, Verne, Homero, Sagan, Asimov, Russell? Ha sido una suerte tener padres que no piensan igual: una madre católica por impregnación y un padre de un risueño escepticismo. Eso, que los seres humanos no tienen por qué pensar igual, quizá fue la más valiosa enseñanza. Enseguida me di cuenta de que era yo mismo el que tenía que reflexionar sobre mis certezas y mis valores. Creo que mis padres, incluso sin ser conscientes, me enseñaron a aprender. Yo tuve más libros que balones, y no los libros que ellos elegían para mí, sino los que yo pedía. Esa buena educación, en el mejor sentido que soy capaz de concebir, es lo que les tengo que agradecer. Todos, mis padres y las monjitas, los profesores y los niños que cazaban gusanos, los libros y mis dudas, hicieron mi educación. Unos me dieron respuestas, otros me plantearon buenas preguntas (aún mejor), y yo tuve que aprender para poder decidir, no más. Creo que éste es mi ideal. Creo que a esto lo llamo educación en libertad.
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