
Esta política, este sistema, están enfermos. Lo han podrido el tiempo o la ambición, lo han pervertido caciques demagogos, muertos de hambre codiciosos e intrigantes, trepas ineptos, pero también la inocencia o la pasividad de una sociedad adormecida y sin verdadera cultura democrática. En algún momento hemos olvidado lo que significaba la democracia y por eso estos gobernantes nuestros se creen dueños. Andan ensoberbecidos, impúdicos, llamando al hermano enchufado para la foto, contratándose a ellos mismos con dinero de todos, confundiendo la mayoría parlamentaria con la impunidad. Admitamos la culpa. Nosotros, los andaluces, les hemos enseñado, se lo hemos permitido y han ido creciéndose, engordando en su avilantez legislatura tras legislatura. Nosotros hemos gritado nuestro particular “vivan las caenas” en nombre de falsas ideologías y poses de progreso, o contra enemigos fantasmagóricos de nuestro pueblo o nuestras esencias. Pero la honradez debe ser previa a la ideología, y me refiero tanto a la de los actos como a la honradez intelectual. Un gobernante que piensa, como Chaves, que la mayoría en las urnas deshace o autoriza las mentiras, los incumplimientos y los abusos ha llegado a una corrupción más allá de los hechos, esa corrupción intelectual, como con base teológica, que ya puede justificar cualquier tropelía. Hubo un tiempo en que ni un gorrión caía si no era voluntad de Zeus. O así lo creían los hombres. Ahora, nada se mueve, nada crece, nada ocurre en Andalucía sin que lo dirija o lo vigile el Partido. Los gorriones sindicados, los funcionarios en falange, los andaluces como muñequitos que manejan desde el Olimpo de la Junta. “Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano”, dijo Schiller. Contra la corrupción, contra el despotismo, contra la arbitrariedad, contra este poder absoluto con que nos asfixia el PSOE andaluz, ni los dioses ni los ciudadanos parece que lo intentan siquiera.
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