“Andalucía en el centro” es el lema que han elegido, junto a verdes discretos y pequeños iconos de casitas, de familias con triciclo y de otros como de mapa del tiempo. Me acordé de aquella maldad de Alfonso Guerra, cuando dijo que si llevaban tantos años viajando hacia el centro, de dónde vendrían los del PP. En Andalucía, ese centro es su supervivencia. Saben que si lo usan sólo como mantra o como espantapájaros, irán heredando sucesivamente la oposición igual que los otros el poder absoluto y el toque de Midas. Antes de llegar, supuse que la diferencia de ambiente entre el congreso del PSOE y el del PP iba a ser la que hay entre un concierto de Ana Belén y otro de Julio Iglesias. Pero además de que el PP parezca el pobre, han descartado la estética pija, la uniformidad del Amo a Laura, el tipito de las regatas, las correítas y politos con tiras rojas y amarillas. El puestecillo que alguien ha colocado a las puertas del pabellón, lleno de la santería de la Patria como para un partido de la selección, tiene poco éxito. Nadie agita banderas de cuartel, como cuando salieron las monjitas a la calle; aquello no huele a la derechona, a esa mezcla de dinero y correaje. No sé si esto es por consigna o por evolución, pero para describir al PP andaluz como guateque de pijos apenas me han dejado alguna melena perdida entre un público que ya no está formado por notarios y sus viudas, por civilones y por montañeros marianos.
Han empezado por el maquillaje, veremos hasta dónde llegan. De momento, han invitado al congreso a sindicalistas, empresarios, oenegés, no para que hagan bulto, sino para que larguen desde el atril, ahora que hay tanto de lo que largar. Parece que quieren tirar de sociedad civil para sus ideas, y eso me parece saludable mientras no sea pose. A los sindicalistas (Francisco Carbonero, Manuel Pastrana) los abrazaba Arenas como si fuera el novio de la boda, y el público aplaudía cuando hablaban de fortalecer el tejido empresarial y de desterrar la cultura de la subvención. Fue extraño y quizá hasta cursi, como esas películas en las que se hacen amigos un americano y un ruso. Van de ecuménicos, y también de andalucistas, un andalucismo que han cogido por el racimo de lo verde y lo tópico, quizá por compensación (ay, aquel 28-F…). Pero se han pasado. Sí, vergüenza ajena sentí por un vídeo de presentación lleno de morenazas, abanicos y zarcillos, con Javier Arenas secándose el sudor entre vides, con muchas banderas blanquiverdes y una rumbita que decía cursiladas de este rango: “Existe un lugar donde la luna es de plata”, “Andalucía, bella gitana que se engalana por bulerías”…
Pero, sobre todo, éste sin duda es el congreso de Arenas, al que todos trataban como al Redentor, flotando en la unanimidad. Tanto a Ana Mato como a Antonio Sanz, que hizo el discurso de David ante Goliat, sólo les faltó besarlo en la boca. “El mejor político andaluz de la historia”, escuché un par de veces. Pues que se aplique, porque después de ésta sólo le queda la gloria o la crucifixión.
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