Los científicos van a encender de nuevo el Universo y el mayor experimento de la historia no nos matará, sino que nos desvelará otros secretos para comprender o quizá enmarañar aún más la existencia. Tampoco nos matará del todo la crisis económica, aunque traiga en este septiembre ceniciento mañanas y líderes de entierro o de hospital. Algo que no sea ni el miedo ni la sedación es lo que necesitamos, pero no nos lo dan los políticos. Rajoy aún personaliza en Zapatero la catástrofe, como si fuera un meteorito, y sigue hablando de él con las barbas en llamas. Zapatero parece que sólo se enfrenta a la crisis levantando la Biblia de la izquierda, usando aromaterapia y guardando cama. En Andalucía, ya ven que la respuesta ha sido más endeudamiento y ningún ahorro para sus gastos de corte, playa para Chaves y maní para los sindicatos, guateques de consejeros y nuestra economía débil guapeada aún más por la propaganda. No, no habrá fin del mundo cuando choquen los protones como pequeños cubazos de Universo y quizá deje su rastro el bosón de Higgs, la “partícula de Dios” que otorga masa a las demás. Seguramente aquí estamos condenados a morir más lento, morir sin morir entre la decadencia de la política, los tambores de los adivinos y la mentira de las palabras. Un fin del mundo les hubiera ahorrado a nuestros prebostes levantarse y fingir, pero todo sigue en pie, dolorosamente tangible aunque caedizo. El misterio de lo real puede estar más cerca en aquellas cuevas del CERN. Esta política, sin embargo, aún es más inextricable que el Universo.
16 de septiembre de 2008
Los días persiguiéndose: Fin del mundo (11/09/2008)
Ayer no fue el fin del mundo, aunque Zapatero habló, todavía entre las sábanas de sueño que trae septiembre, de tiempos duros y de prepararse para consolar a los pobres como monjitas. En la tribuna del Congreso, el presidente parecía que sólo repartía mendrugos, mientras lejos, los científicos del CERN encendían a chasquidos el Gran Colisionador de Hadrones, al que llaman “la máquina de Dios”, el acelerador de partículas que algunos zumbados siguen diciendo que va a tragarse el planeta en un agujero negro. Tranquilos, moriremos antes de la melancolía de los banqueros que de disolvernos en espuma cuántica. A Zapatero no lo salvará un fin del mundo, veremos la recesión antes que nuestra caída en sumideros de singularidad (en realidad lo de singularidad es un término relativista inaplicable ya, a pesar de que a Hawking y a Penrose les dio para ejercicios académicos). Siempre hay un Apocalipsis a la vista y ahora podemos escoger entre muchos el que nos dé más vértigo o ardor. El calentamiento global por culpa de la voracidad humana tiene poesía y drama euripídicos, con eso de Gaia vengándose desmelenada; el agujero negro del colisionador de partículas nos remite a Ícaro, a Prometeo, a Frankenstein y de nuevo al castigo por nuestra vanidad y curiosidad (el saber, el comer del Árbol del Bien y del Mal, les pareció a los dioses suficiente para expulsarnos del Paraíso). También algunos políticos, entre vísceras, han visto el Armagedón en la desintegración de la Patria o del dinero. El mito del fin del mundo nos ha acompañado durante toda la historia, pero uno piensa que la miseria y el sufrimiento humanos no requieren de grandes cataclismos, están ahí de manera más continua y empecinada y no tienen que quedar arrasados los continentes o chupados los océanos para que nos preocupen. Entre el fin del mundo de los oscuros agoreros y el cielo en la tierra de nuestros gobernantes debe de haber un término medio que serían simplemente la realidad o la cordura.
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